Sólo hubo oportunidad de compartir diez minutos con él en San Sebastián, pero merecieron la pena. Sobre todo después de ver De tal padre, tal hijo, una película que todo el público definió en el festival con el mismo calificativo: maravillosa. Like father, like son es un relato que habla entre elegir lo innato o lo adquirido. Es una conmovedora trama que hace pensar, pero sobre todo una oda a la paternidad y a la familia en general.
Hirokazu Koreeda (Tokio, 1962) sabe apuntar hacia lo más profundo de nuestros sentimientos con personajes que actúan normales en su día a día, dentro de unas historias siempre universales. Con una fotografía sencilla, el Japón que se observa en su filmografía expresa emociones con una parsimonia inigualable. Y sin que nos percatemos, estamos inmersos dentro de sus cuentos actuales. Pero pese a esta pulcritud apresadora de sus planos, él no busca una visión concreta del espectador, es muy libre en cuanto a guiar al público.
Un hombre familiar
«El cine es un reflejo de las etapas de mi vida«, declara el cineasta, y con razón. En sus historias siempre hay algo de autobiográfico. Still Walking (2008) lo considera como un tratado sobre su madre, que justo murió antes de estrenar la película; «Al terminarla me sentía muy cómodo y con una conexión entre lo que me estaba sucediendo a mi vida de verdad«, afirma.
El largometraje Milagro (2011) la hizo pensando en su hija, en cómo la vería ella a los 12 años, la edad de los niños protagonistas, y cómo percibiría esos «milagros» a los que de mayores dan poca importancia. «Siempre pienso cómo voy a tratar a mi niña, doy muchas vueltas a esa duda«, confiesa. Hace seis años que es padre. «Me he acostumbrado a oír a conocidos que mi hija se parece a mí«. De ahí nació el interrogante para la narrativa de De tal padre… ¿Alguien se convierte en padre por compartir la misma sangre? ¿O es cuando pasa tiempo con ellos?
Aunque tenga futuros proyectos diversos, los argumentos relacionados a la familia siempre están presentes en su cabeza.
Los niños, el gran tesoro
Koreeda respeta el mundo infantil como pocos realizadores lo hacen: les considera y les venera, tanto dentro y fuera de la pantalla: Dentro, porque en sus películas los más pequeños poseen una autonomía propia, en algunos casos hasta parecen más inteligentes que los mayores. «Es difícil decir cuando nos rompemos para crecer ¿Es el mundo el mismo cuando maduramos? Nuestro entorno es reducido, pero aumenta con todo lo que nos va sucediendo a lo largo de la vida«.
Fuera de la pantalla el director mantiene una dinámica similar. Ha inventado su propio estilo con el que lleva trabajando diez años: Primero, no les da guion, sólo les explica la situación, lo que tienen que hacer. Y segundo, escucha atentamente lo que dicen ellos. A partir de aquí, moldea el guion según lo que va saliendo, directriz que sigue desde los casting. De hecho, la idea primera para Milagro eran un niño y una niña como protagonistas, pero al ver a los dos niños actores, hermanos en la vida real, decidió darles los papeles protagonistas. «Cuando una persona intenta algo predeterminado, es muy costoso… por eso prefiero que lo hagan con su vocabulario, y yo voy reeditando mi texto«. En Like father, like son, el hijo de la familia desfavorecida, desde los castings decía todo el rato «¿Por qué?«, y repetía siempre la expresión inglesa «‘Oh, my God’, con lo que las metí en sus líneas de su personaje«. Parece tener una mano mágica para que sus pequeños intérpretes sobresalgan en sus obras, pero él le resta importancia: «Los rodajes son duros y ellos se pelean, se cansan, tienen hambre, pero es cuestión de tener paciencia y respeto hacia ellos«.
¿Heredero de Ozu?
Haciendo alarde de los modales nipones, confiesa que desconoce si la producción japonesa está en boga o no a nivel internacional –se nota que va muy libre de las modas–, incluso le sorprende. Lo que no le llama tanto la atención es las comparaciones con el maestro Yasujiro Ozu. Al igual que el director de Cuentos de Tokio, Koreeda invita en su cine a la reflexión, trata temas universales y el trazo resultante es tan bello como conmovedor. «Me llaman el nieto de Ozu; es un elogio para mi escuchar eso, y más en Europa, pero no creo que el parecido sea tan fuerte».
Sin duda su filmografía deja huella, porque su esencia llega al espectador. Sus películas son universales gracias a su talento especial, porque sabe plasmar dentro de la cotidianeidad el drama, el humor y la emoción sin que ninguna sobresalga más que las otras.
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