En esta edición escasa de glamour el cine se ha mantenido en la calidad exigida por un festival que todavía quiere ser importante a pesar de que citas como la de Toronto le están comiendo terreno. Lo peor ha sido el doblete de Colin Firth con dos películas sin ninguna importancia, dos telefilmes que no deberían estar en la sección oficial de ningún festival. Encima el actor inglés ha pasado de visitar Donosti, claro que defender esas películas era un asunto peliagudo. Lo mejor ha sido Denis Villeneuve (Enemy y Prisioners), Alfonso Cuarón (Gravity) y Fernando Eimbke (Club Sandwich), o Jean-Marc Vallée (Dallas Buyers Club) se han echado el festival a la espalda. Nombres relevantes que han mostrado el mejor cine que se va a ver en el próximo año.
Pedro Moral: ¿Por qué Enemy debería ganar La Concha de Oro?
El filme de Villeneuve es brillante, complejo, arriesgado, ingenioso, trepidante, oscuro… La atmósfera con la que el director retrata esta especie de pesadilla donde un tipo conoce a otro idéntico a él sin llegar a explicar del todo cuál es el motor que mueve esta metafórica ida de olla de José Saramago es tan inquietante que difícilmente uno se despega de la pantalla. El juego que propone Villeneuve es malvado pero muy atractivo. Hablar de Enemy tras el primer visionado es tan interesante como la propia película, que por cierto aguanta varios visionados sin sufrir ninguna pérdida de su misterio inicial. Además vuelve a elevar a Jake Gyllenhaal a ese puesto de actor inteligente y complejo de Hollywood del que se había bajado en los últimos años.
Villeneuve ha firmado una película con la suficiente densidad, originalidad y peso como para ganar San Sebastián. Sin contar con que noqueó a todos los espectadores con uno de los finales más abrumadores y extraños de la historia del cine. Una auténtica genialidad que no puede pasar desapercibida.
María Aller: ¿Por qué Quai D’Orsay debería ganar La Concha de Oro?
La comedia es un género denostado muchas veces, cuando es más difícil tratarla y rodarla. De ello dio fe Álex de la Iglesia en la rueda de prensa de Las brujas de Zugarramurdi. Para que un gag haga gracia el guion es crucial, pero las interpretaciones y la puesta en escena también.
Bien lo sabe el realizador galo Bertrard Tavernier, que presenta una gran sátira del mundo político con estilo y jocosidad. Y con garbo, como el líder del grupo, un Thierry Lhermitte en la piel de Ministro de Asuntos Exteriores, ese insoportable jefe que nadie desearía. Inmenso. La cinta contiene ritmo ágil y conversaciones retorcidas presentadas con un montaje rápido. Los secundarios de oro encumbran cada una de las hilarantes escenas. La diplomacia al borde de un ataque de nervios.
Divertida, fácil de digerir y lúcida. La perspicacia de la historia es más que un buen motivo para llevarse la Concha de Oro.
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