Amor, fantasmas, drama… drama… drama… La pelicula lo tiene todo… ¡en este campo! Se podría calificar como «tierna», cuando un Zac Efron más «hombretón» nos invita a que le acompañemos en su trágica vida durante dos horas. Y digo tierna porque el chico tiene un gran corazón, repartido, eso sí, entre unos cuantos vivos-muertos. Tras la desaparición de su hermano en un accidente de tráfico, del que él se siente culpable, Charlie St. Cloud (Zac Efron) se abandona a sí mismo, sus objetivos, su familia y decide enterrarse con su ser querido en el cementerio, del que ahora se hace cargo. Eso le convierte en un «tarado» guaperas, misterioso y deseado a la vez. A partir de aquí la pelicula se centra en unos cuantos cañonazos diarios, un partido de baseball con su hermano muerto, y una persecución amorosa entre el protagonista y su antigua compañera del instituto, Tess Carroll (Amanda Crew). Unas cuantas vistas preciosas desde un faro, algunas que otras declaraciones y promesas, y drama, y más drama… drama…
Si hablamos de ternura tenemos que citar al pequeño de la pantalla, Sam St. Cloud (Charlie Tahan) que, lejos de poder llamarse «gran actor», sí llega a transmitir un cierto sentido de caridad y cariño hacia él. Aunque al final tanta bondad nos acaba cansando a todos, y Sam termina aburriendo protagonizando el mismo acto cada vez que sale a escena, hasta el punto de aborrecer, en cierto sentido.
Llegamos al final de la película. ¿Y qué encontramos? Lo que se venía venir desde el comienzo. Es decir, «¡un final de película!». Sí, de esas películas típicas que vemos cada domingo en la televisión buscando ese sueño siestero. Así que Burr Steers en realidad nos hace un favor, pues nos deja trasladarnos del sillón a la butaca. Aunque quizá sea más cómodo siempre el sofá. ¡Pero las palomitas nunca saben igual!
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