La fórmula del cine independiente cada día tiene menos ingenio y más acomodamiento. Y es que haber convertido un apelativo de amplio registro en un tipo de cine específico ha llevado a que las convenciones del género sean reconocibles como lo son en la ciencia ficción.
Dentro de esta designación que acoge a las películas intimistas, donde las relaciones entre los personajes (casi siempre amorosas o familiares) son las verdaderas protagonistas, el movimiento mumblecore irrumpió hace ya algunos años con fuerza. En este subgénero priman los presupuestos irrisorios y tramas con pocos personajes mientras que está formado por una comunidad de artistas que se prestan apoyo unos a otros.
Craig Johnson debutó en el mundo del cine con True Adolescents (2009), film encuadrado dentro de esta comunidad donde el rechazo a la vida adulta era uno de los temas principales y protagonizado por la cara más conocida de este particular movimiento, Mark Duplass. Para su segunda película, esta vez con más presupuesto (aunque Duplass es uno de los productores junto con su pareja creativa, su hermano Jay), vuelve a insistir en retratar un universo bastante común hoy día. The Skeleton Twins cuenta la historia de Maggie (Kristen Wiig) y Milo (Bill Hader), dos hermanos que llevan 10 años sin verse pero después de sortear ambos a la muerte retoman la relación para descubrir que sus vidas no son como ellos esperaban.
El atractivo del largometraje reside por completo en los pequeños detalles, que convierten el visionado en un placer. Sin grandes alardes ni técnicos ni narrativos, Johnson escribe un guión junto a Mark Heyman donde todo está medido para no resultar ofensivo ni complaciente, sin caer en dramatismos lacrimógenos e insuflando de una vida real a sus personajes de tal modo que la inmadurez congénita de ambos no esté concebida a través de infantilismos.
La relación de los hermanos así como las complejas a la par que representativas personalidades de cada uno lleva en volandas toda la película. Milo, un treintañero en crisis que esconde su tristeza a través de una rabiosa ironía; y Maggie, una mujer con una vida aparentemente perfecta de la que intenta escapar de cualquier manera. Dos personajes comunes, mundanos que están (como todos, en un punto u otro) rotos por las expectativas de la vida. Esa continua sensación de inconformismo mezclado con la agridulce sensación de no saber cómo salir del agujero; eso es lo que Johnson transmite mejor, a base de madurar situaciones que rezuman realidad.
Un libreto que, si bien dista de ser perfecto (algunos errores tan imperdonables como ajenos al ojo menos puntilloso), saca jugo a una química tremenda entre los protagonistas. Ni Bill Hader ni Kristen Wiig han dado todavía con el papel que les catapulte de manera definitiva al estrellato internacional. Sin embargo, tantos años trabajando juntos en Saturday Night Live les ha brindado la oportunidad de crear una relación tan íntima que es imposible pensar en una pareja mejor para dar vida a los mellizos de la cinta. La conexión entre ambos genera envidia en el espectador, ganas de llamar a tu hermano/a y quedar para hacer una interpretación del Nothing’s Gonna Stop Us Now de Starship a lo Pimpinela (uno de los momentos más divertidos y emotivos de la cinta). Entre los dos se encuentra Luke Wilson, muy cómodo en su papel de marido perfecto y cuñado encantador, donde tampoco se le exige demasiado y cumple con rigor.
Una preciosa e inteligente comedia sobre el amor fraternal, las tribulaciones vitales y los pequeños momentos que nos hacen sonreír tontamente.
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