Decía Saramago a propósito de su libro ‘Ensayo sobre la ceguera”, que “la alegoría llega cuando describir la realidad ya no sirve”. “Blind” (2014), película debut en la dirección del noruego Eskil Vogt, se apoya en el simbolismo de la alegoría para contar los temores, inseguridades, logros y prejuicios de la sociedad noruega actual, partiendo de los caóticos relatos de Ingrid (Ellen Dorrit Petersen), una mujer ciega. La película, al igual que la protagonista, funciona a distintos niveles narrativos, generando a partir de una voz en off omnisciente una serie de personajes y situaciones que dan lugar a temas como los celos, la figura monoparental en las relaciones actuales, el sexo en internet o las relaciones sociales, a partir de una intrincada estructura diseñada mediante asociaciones de ideas.
Vale la pena destacar el estilo realista-naturalista de la fotografía en contraposición a la estructura de ensoñación y caos en la que se envuelve el relato. Recursos como el hijo de la actriz Vera Vitali que cambia de sexo a mitad de secuencia, el extraño diálogo entre los personajes masculinos protagonistas en los que plano y contraplano son continuamente subvertidos entre la cafetería y el autobús, o los continuos recolocamientos a los que el espectador es sometido en función de la toma de conciencia de la protagonista, muestran por parte del director un ingenio, dominio del lenguaje y estructura prodigiosos. Con el plus de que dichos recursos, entre muchos otros, se encuentran legitimados por la ceguera, la literalidad del relato, la perspectivización de lo representado y la necesidad del narrador de crear historias y mundos propios, dada la falta de estímulos externos a la que se ve abocada la protagonista.
Por tanto, valorando la capacidad que tiene la película de contarse y reinterpretarse, de ser sometida a múltiples lecturas por su variedad narrativa, y el uso de determinados recursos diegéticos, vale la pena perderse en la caótica mente de Ingrid, cuyo cerebro racionaliza e irracionaliza en función de su estado anímico. Y moldea una historia que funciona por un lado como relato de los temores que puede sufrir cualquier discapacitado actual frente al mundo. Pero que es fácilmente extrapolable como diagnóstico de una sociedad individualizada, voluble, interconectada, cuyos valores, prejuicios y modelos de comportamiento por caducos, localistas y obsoletos cambian a tal velocidad, que están degenerando sin remedio hacia una ceguera colectiva.
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