Cualquier persona con un mínimo conocimiento de arte contemporáneo no se plantea en el siglo XXI si la presencia de cualquier objeto en un museo (sea en su estado original o alterado en mayor o menor medida) lo convierten inmediatamente en un objeto artístico. Parece que Ruben Östlund estaba leyendo cosas sobre dadaísmo en la Wikipedia y se encontró con una entrada sobre el Ready Made y decidió que era un concepto tan divertido como descontextualizable. Así empieza su The Square (la broma de mal gusto a la que Almodóvar y sus amigos concedieron el máximo galardón el pasado Festival de Cannes), una periodista entrevista al director de un famoso museo de Arte Contemporáneo, un museo que está a punto de recibir una ambiciosa exposición en torno a un happening consistente en un cuadrado que representa un espacio de seguridad y libertad; ese cuadrado cualquier ciudadano podría dejar su teléfono móvil, cartera o cualquier otro objeto de valor y ha de ser respetado. Dicha entrevista, deriva en una burla hacía el galerista al que empieza a poner como vende Biblias, ni el mismo parece saber responder a ciertos conceptos sobre el arte no figurativo porque, claro, sólo está ahí porque ha descubierto que es una manera fácil de engañar a la gente, pero ni él sabe justificar la basura que vende.
Tras reírse de este tema, no con cinismo, sí con desconocimiento, decide ser un racista y unos inmigrantes le roban la cartera, digo racista no por el hecho de ser inmigrantes si no por la trama que desarrollará después partiendo de este hecho. Ensimismado en encontrarla, al descubrir donde vive el atracador, escribirá una carta reclamando (bajo amenaza) su cartera e introducirá en todos los buzones del edificio donde vive el criminal una copia de la misma; por supuesto imagínense el lugar donde vive el susodicho: un edificio ruinoso (probablemente de protección oficial) donde sólo viven inmigrantes en comuna, inmigrantes que son junto a los mendigos (luego pasamos a este asunto) el origen de todos los problemas de la sociedad sueca. Por supuesto que al hacer lo de las cartas, un amigo suyo le esperará fuera del edificio con el motor arrancado porque, claro, todos sabemos lo conflictivos que son esos barrios y lo malos que son los que allí habitan. La mala suerte de este galerista le lleva a meterse en un lío con un menor, hijo de unos inmigrantes que acusan al niño de ser el ladrón, y el niño indignado se enfrenta a nuestro protagonista exigiéndole que vaya a su casa a decirle a sus padres la verdad. Hay que ver, encima que le roban la cartera el pobre se mete en un lío. Estos extranjeros…
Por si esto no fuese suficiente, Östlund pasa de despojarse de toda ética a ponerla en números rojos e introducecomo personajes recurrentes al colectivo de los indigentes que, casualmente, también le causan problemas. Parece ser que las ciudades suecas están llenas de enemigos públicos que hacen imposible la vida de personas de cierta categoría como Christian y que en vez de agradecer una hamburguesa a cambio de un favor, le exigen que le ponga queso. Este detalle, que puede ser algo meramente anécdotico, se convierte en algo de mal gusto cuando Östlund acaba convirtiendo a estos personajes en lo que hoy llamaríamos meme, recurriendo a ello cuando le viene ver hacer un chiste.
En otro momento de la película, ya para rematar, decide que el semen de un hombre vale tanto que va a mostrar a una mujer peleando por el condón usado del hombre con el que acaba de tener sexo esporádico; una escena tan ridícula como machista que intenta disimular con ese supuesto cinismo y de la que se redime un tiempo después con una pelea en la que ella se encara porque él no se sabe ni su nombre. Ahora no disimules, Ruben, se te lleva viendo el plumero desde el minuto uno.
Se aglutinan así las ideas, en modo lista de la compra, para emular la, supuestamente vanguardista, estructura de la película y, es que, Östlund juega con el montaje, la ramificación de tramas o la coralidad a lo largo de sus 140 minutos de metraje pero en vez de aclarar algo esto sólo genera confusión y desagrado porque al final todo es una excusa para unificar los chistes de cuñado que, supuestamente, rebosan inteligencia. Es muy irónico porque parece ser que quiere imitar a estos artistas de los que se burla y ser tan intenso como ellos, pero, partiendo de la idea de que no quiere o no sabe entenderlos, sólo se queda en lo superficial y en una figuración que ni siquiera existe.
Y volviendo a la figuración, parece mentira que alguien como Östlund que planteó el concepto de The Square en una exposición en la ciudad de Varnamo tenga la visión que plantea en su película del arte contemporáneo, de las nuevas vanguardias, de la abstracción. En cierto punto de la película se muestra una performance que, de no haber sido detenida por los asistentes hubiera derivado en una violación; casualmente esta acción se da en un espacio neoclásico durante una cena de gala que se ve alterada por el temido progreso artístico, por una contemporaneidad que escupe sobre su propio pasado, ensuciando sus armónicas formas con un arte vacuo y estúpido, lo más tóxico de esta escena es que las únicas personas que se levantan a frenar esa barbarie es la gente mayor de la sala (la que roza la tercera edad o los que ya tienen un piso allí) porque, claro, ellos están aquí para mantener el orden y evitar la muerte de ese clasicismo, no podemos olvidarnos de que todo tiempo pasado fue mejor.
Estas son sólo algunas de las despreciables ideas que Ruben Östlund plasma en su película, podría comprar algo de ese supuesto cinismo si no conociese al autor, pero si quieren ver que clase de artista es busquen su reacción cuando Fuerza Mayor no fue nominada al Oscar o cuando ganó la Palma de Oro, más transparente no se puede ser. The Square cae en todo lo que critica y lo peor es que él es el primero que le da una estructura fuera de lo común a su película, la única diferencia entre él y cualquier autor detrás de esta obras abstractas es que él tiene una mirada de abyecta superioridad moral, que no va más allá de la superficial mofa, mientras que los segundos han alcanzado un nuevo concepto de la belleza desde la experimentación con el color, texturas o incluso el espacio expositivo y cuestionar su talento por ser aceptados en una cultura en la que supuestamente todo vale, quizás el problema sea aceptar su película. Una película que sería interesante haber visto en los años 30, donde otro gallo hubiese cantado y quizás no hablaríamos de Östlund como genio pero si con otro calificativo asociado a un grupo político de ideología tan asquerosa como la obra que acabamos de analizar.
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