A veces la historia no refleja con claridad el pasado que hemos vivido. El pisito siempre me lleva a ver la afable cara de Azcona tomando notas en un autobús cualquiera de una de las cientos de calles de Madrid de aquellos terribles años de posguerra. Viendo al maestro, con su delicada sonrisa, todos podrían pensar que apunta alguna situación graciosa que a nosotros, compañeros de viaje, se nos ha escapado. No. Apuntaba la realidad más cruel, pero como buen pintor de sombras dejaba caer algún rayo de luz aunque fuera desde una profunda grieta en la pared.
Erróneamente enmarcada en el género de la risa (El verdugo sería la proporción de géneros contraria), El pisito es obra desconsoladora, trágica, bella por los suaves acordes de humor que la rodean, pero profundamente negra, amarga, triste.
Dirigida por Marco Ferrari (Isidoro M. Ferry, que también firma la dirección, era en realidad productor), a quien siempre le deberemos haber introducido a Rafael Azcona en el mundo del cine, y adaptada de una novela corta de este último, El Pisito es un reflejo de aquella España heredada de la incongruencia y la perversidad, pero no de su sociedad sino del individuo que la formaba. Azcona y Ferrari no proponen, sólo disponen las situaciones de cada uno de los personajes. No buscan una línea argumental conjunta con un mismo punto de unión al estilo de Altman, sino que cada cual sufre su propia pena y su destino.
El Pisito, como dice uno de sus personajes secundarios, es una carrera por ver quien se muere antes. Si mis principios o los tuyos, si la vieja o el propietario, si el amor o la desidia.
¿Qué es más importante en esta historia de desgracias?
Ferrari y Azcona nos regalan inesperados momentos sobre el descubrimiento de la verdad. Bailando sin ganas, en una merienda de domingo, alrededor de una mesa…
Qué gran retrato del porqué la gente hace ciertas cosas como casarse con una vieja de ochenta años, como callar ante situaciones que te incomodan, ahogar tus penas entre vino…
El Pisito es El Apartamento de Europa (con sus grandes diferencias), una tragicomedia cuyos recuerdos más persistentes son los buenos momentos, pero cuyo componente básico son los sinsabores de una vida desgraciada.
«Con todos los derechos, ¡inquilino, inquilino!»…
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