Esto es un vasco, un catalán y un andaluz… ¿quién imaginaba cuando se escuchaban esta clase de chistes que acabarían convirtiéndose en un género cinematográfico? Ocho apellidos vascos abría la veda a una ristra de productos que explotaban los tópicos de provincias, aunque de momento se ha limitado al País Vasco, Cataluña y Andalucía, con el juego que daría Murcia… Y así, todo tipo de obras han explorado la parte más castiza y rural de nuestro país.
Señor, dame paciencia es la útima de estas propuestas y gira en torno a la familia de Gregorio (hombre de billetes) que al fallecer se va a Sanlucar de Barrameda con sus tres hijos y sus parejas (un perroflauta y un catalán para sus hijas y un hombre negro para su hijo), imagínense el percal. Pese a la repetida fórmula, la película funciona de una manera bastante aceptable aunque, va de más a menos.
Los diez primeros minutos prometen mucho, vemos a una colosal, como siempre, Rossy de Palma intepretar a la matriarca de la familia; la actriz se devora cada milímetro de la pantalla y hace que el mediocre texto parezca algo destacable. Cuando desaparece el personaje de Rossy de Palma la película empieza a sufrir altibajos, aunque tampoco llega a hundirse. El resto del reparto es bastante aceptable, tenemos a Jordi Sánchez (en un personaje que recuerda, una vez más, a Antonio Recio), a David Guapo (quién consigue alejarse de su personaje como monologuista) o Megan Montaner; es Eduardo Casanova quien chirría en todo esto porque, una vez más, repite el personaje del homosexual amanerado y resulta cargante porque ya lo hemos visto durante los más de doscientos capítulos que tuvo Aída.
Lo que más sorprende de la cinta es su aspecto cinematográfico, algo inusual en estas comedias que se nutren de un constante plano contraplano; rodada en 2:35, el director aprovecha las posibilidades del formato y mueve la cámara constantemente haciendo que los diálogos y situaciones fluyan con una naturalidad y huyendo así del formato televisivo que suelen respirar estas películas.
En definitiva, siendo una comedia más, funciona bastante bien como producto veraniego puesto que, pese a reciclar clichés y chistes, tiene un tono bastante fresco y, al estar liberada de pretensiones, resulta agradable pero intrascendente.
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