«¿En qué estabas pensando Blake?«
Brian Azzarello aprovecha la quinta entrega de El Comediante para explicar lo inexplicable y tratar de dar algo de cordura (por macabra que ésta sea) a los actos de Edward Blake en Vietnam. Y al hacerlo me recuerda por qué este es uno de mis personajes favoritos de Watchmen. El Comediante, cuando lo vemos en el cómic de Alan Moore o en la película de Zack Snyder, es un individuo cansado, un viejo baúl de los recuerdos que ya se las sabe todas y que no piensa desperdiciar su tiempo en proyectos vacíos. Es el único que descubre los planes de Ozymandias antes de que estos se lleven a cabo, mucho antes que el omnipresente y casi omnipotente Dr. Manhattan o que el inquisitivo Rorscharch. ¿Cómo? Simplemente porque El Comediante sabe cómo funciona el mundo y hacia dónde llevan los chistes que la humanidad se cuenta a sí misma.
El volumen de abril de El Comediante comienza donde terminara el anterior. Con Blake tomando una decisión digna de un loco para evitar caer en las garras del peor enemigo del ser humano: la burocracia. La relativa calma en la selva oriental le sirve a nuestro protagonista para rememorar la matanza que le ha llevado a su actual situación. ¿Signos de arrepentimiento? Ni uno. Sólo el hecho de que, una vez más, deja al descubierto cómo el verdadero culpable de la extensión temporal de la Guerra de Vietnam fue el propio gobierno estadounidense, demasiado asustado por una posible III Guerra Mundial o por lo explosivo que sería abandonar el país como para decantarse por una de las dos opciones. Blake y los suyos, de alguna forma, pusieron las cartas sobre la mesa y obligaron al gobierno a actuar, aunque fuera contra ellos, aunque ello los convirtiera en villanos de cara a la Historia.
«Lo único, la única condenada cosa que nadie entendió sobre mí… es que soy un patriota«
Lo más inquietante del cómic, sin embargo, es aquello que no se llega a mencionar. Hemos visto cómo Blake iba evolucionando poco a poco hacia la locura y hemos comprobado cómo sus actos durante las revueltas que se relataron en la tercera entrega de la colección ya denotaban la presencia de una mente perturbada. Sin embargo, nadie impidió que el Comediante volviera a Vietnam, no sólo eso, se le puso al mando de un pelotón. Da la impresión, y Azzarello ha sido muy hábil en este aspecto, de que convenía que Blake estuviera donde estuviera y que causara problemas. Da la impresión de que alguien sabía muy bien cuáles eran los ideales que Eddy tenía más profundamente arraigados en su corazón y que sabía perfectamente cómo utilizarlos para sus propios fines.
Las últimas páginas del tomo ponen de manifiesto la veracidad (o no) de estas sospechas y allanan el camino hacia el inevitable final que conduciría a uno de los mejores cómics de todos los tiempos. Puede que Blake fuera un monstruo, todos los personajes de Moore lo son, pero es a través de la visión depravada y deformada de este engendro como mejor se refleja la parte más tenebrosa del alma humana. Aquella que permite atrocidades siempre y cuando no estén cerca, aquella capaz de justificar lo injustificable.
El cómic vuelve a venir acompañado por una entrega de La Maldición del Corsario Carmesí, los históricos comentarios de Felip Tobar, un estupendo poster basado en una de las portadas alternativas de la colección (gracias ECC, en serio) y una estupenda versión B para la portada de este número por obra y gracia de Gary Frank (Batman: Tierra Uno)
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