Marta Larralde, actriz viguesa de 29 años, me cuenta -entre risas- que aspira a ser la musa del cine independiente. Realmente, no le faltan atributos: inteligente, espigada y arrubiada, es muy graciosa sonriendo, tiene los ojos azules (haciendo honor a su lugar de origen), la piel nívea, luce curvas, y, como dirían nuestros paisanos, «en todo está moi ben feita» -en todo está muy bien hecha-. (No necesita, para llamar la atención del transeúnte, valerse de una falda abombada de alto vuelo: su vestimenta suele ser bastante sencilla, con un toque ingenuo y alternativo…). Del mismo modo, su capacidad interpretativa también es alta, tiene el don privilegiado (que refuerza con la técnica) de la expresividad, de la naturalidad, y en cualquier drama hace suyos aquellos versos del gran poeta griego Konstantino Kavafis:
Era sensible hasta el extremo de sufrir,
y ello iluminaba su expresión.
Marta llevó al máximo nivel esta premisa en su última película, 4000 euros (Richard Jordan, 2008), al improvisar magníficamente los diálogos con el coprotagonista, Alberto López, consiguiendo el galardón a la mejor actriz protagonista en el Festival Internacional de Tenerife. Y, pese a que el guión indicaba a los actores ciertas pautas (el tiempo, cómo debía empezar o terminar una determinada escena…), plasmadas en un ensayo previo a la grabación, en estos casos el trabajo para el actor es doble, pues ha de estar absolutamente pendiente de las circunstancias de la obra: qué va a decir tanto su personaje como el de su compañero, qué han dicho, qué va a pasar y qué ha pasado. Esta forma de trabajar «con las circunstancias» es, según Marta, muy idónea para el intérprete: «Te sirve para decir lo que pasa con tus palabras, para conocer más a fondo cuál es el problema o qué necesita el personaje…«.
La actriz gallega valora especialmente el cine «hecho con poco presupuesto y mucho ingenio«. Mas, de no ser por su presencia, por su fuerza, por su dolor, por su llanto apenas contenido, el filme 4000 euros -que se apoya en muy pocos elementos (ni siquiera hay música, sólo sonido ambiente, en las escenas mudas…) y no está rodado con mucho brío- habría sufrido más de una caída brutal. Pero Marta inunda la pantalla: sus andares elásticos sirven de guía a la cámara. Tanto es así que ésta -ofuscada- a veces la (per)sigue demasiado, saturando de movimientos y ondulaciones al espectador…
Esta Marta, pese a que confiesa haber visto pocas películas de la Nouvelle vague (la Nueva ola francesa, el cine de autor por excelencia), habría hecho las delicias del primer Godard. El autor de Al final de la escapada (1960) se aproximaba a sus personajes (que antes eran sólo figuras), los despojaba -una vez detenida la acción- de su carácter representativo y dramático, entregándolos al juego, al baile, a la voluptuosidad y a la poesía, entre otros paréntesis. En Vivir su vida (1962), Godard incluyó planos de una Anna Karina (a la sazón, su esposa, su musa voluble y voluminosa) absolutamente abstraída, quien, quizás porque se le había ido el santo el cielo o porque no sabía que la estaban grabando, miraba hacia la cámara con incertidumbre. De esta forma, la ficción se fundía con la realidad más espontánea.
Marta Larralde -que es una suerte de Karina actual: dinámica, detallista, expresiva…- me cuenta que uno de sus últimos personajes decía, en una serie televisiva (Entre todas las mujeres, de Mariano Barroso, que se estrenará el 10 de octubre, en el canal TNT) la siguiente frase: «Te regalaré libros, te escribiré cartas…«. Para acercarse a su personaje, para verlo con más claridad, para forjar un vínculo, Marta optó por escribir cartas y por regalar libros, en la vida real, al actor que la acompañaba en tal serie. Esa bellísima situación que (con)funde la realidad con la ficción, la vida con la literatura, la persona con el personaje, no hubiese pasado desapercibida por el primer Godard (quien amaba los detalles, las transfiguraciones, las voces en off…).
Tampoco pasa desapercibido el acento ligeramente gallego de Marta, quien vive en Madrid desde hace casi una década. Un acento que, al transformarse repentinamente en andaluz en alguna de las secuencias de 4000 euros, me descolocó un poco. Es por eso que pregunté a Marta si, en el guión del filme, su lugar de procedencia estaba bien definido. (Éste es un error que se da en no pocos filmes: sin ir más lejos, en ese hito del cine patrio que es Celda 211 –Daniel Monzón, 2009-, concretamente en el caso del personaje interpretado por Alberto Ammann, cuyo acento cabalga entre España y Latinoamérica).
Al señor Godard y a mí, en fin, nos encantaría escuchar a Marta Larralde recitando, con su auténtico acento, un poema de Paul Éluard. Como Anna Karina en Alphaville. Previamente, la voz en off de su supuesto amante podría decir -disculpen mi verso- algo así:
De qué sirve que te imagine
leyendo, con ese acento
(ligeramente) cantarín de Vigo,
un poema de Paul Éluard:
de qué sirve este pensamiento,
si las palabras, en vez de encauzarse,
se crean, ¡Marta!, en tus labios.
Por cierto, yo no sé si respondo al prototipo de artista independiente, ¡pero Marta, qué duda cabe, en este cine estilográfico (que diría Molina Foix) es una auténtica musa: no nos conformamos con imaginarla!
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