Dulces Tinieblas

Dulces Tinieblas: Un día de furia

Dulces Tinieblas«¡Este no era el plan que tenía para mi merienda!«

 

Salgo un poco confundido y mosqueado de la lectura de este Dulces Tinieblas que publica Norma Editorial. Por un lado está su dibujo, una pasada basada en el uso magistral de la acuarela y los rotuladores para componer ilustraciones que van de lo hermoso a lo macabro, de lo caricaturesco a lo grotescamente realista, sin que en ningún omento sintamos que se ha perdido un estilo unificador para toda la obra. Pero por el otro tenemos una obra que es innecesariamente violenta, cruel, ruin y desagradable a la par que trata en todo momento de sonar inocente e infantil. ¿Es que no casan estos dos elementos contrapuestos? No, no quiero decir eso, sino que la obra de Fabien Vehlmann (a quien ya hemos tenido por aquí con Solos y Un Futuro sin Nubes) y la dupla artística Kerascoët adolece de una serie de carencias que impiden que esta mezcla entre horror y dulzura tenga algo que necesita en grandes cantidades: sentido.

 

Falta un contexto. La historia comienza con una merienda entre dos enamorados (con un claro toque infantil) y se continúa con la huida de los personajes de un mundo que se derrumba sobre sus cabezas y que no es otro que el cuerpo en descomposición de una cría que yace en mitad del bosque. A partir de ahí, a vivir la historia. No se nos explica en ningún momento quiénes son los personajes, de dónde vienen o por qué han aparecido. Del mismo modo, en ningún momento nos es revelada con certeza la verdadera historia de la pobre cría cuyo cuerpo vamos viendo pudrirse a lo largo de todo este macabro cuento de ‘hadas’. Y es ese contexto lo que le hace falta a Dulces Tinieblas para tener una pizca de sentido y no convertirse, como termina ocurriendo, en una triste galería de atrocidades sin más sentido que el de provocarnos la náusea.

 

«Dejadme en paz. No quiero ver a nadie«

 

Personalmente, juego con la teoría de que Aurora y todo el resto de diminutos personajes no sean más que las ideas moribundas de una niña con muchos deseos e ilusiones en la cabeza en el momento de fallecer. Pero el tema es que no hay nada que me confirme o me desmienta tal afirmación (más allá de un nombre en un cuaderno que el autor utiliza para por fin bautizar al personaje al finalizar el primer capítulo de esta trama). No es como si nos encontráramos con un Señor de las Moscas (William Golding, 1954) o el más antiguo Dos Años de Vacaciones (Julio Verne, 1888), donde sabemos en todo momento cuál es el origen y el posible destino de los desdichados chavales, sino que se nos arroja a la cara un cuento en el que han primado las ganas de provocar una reacción en el lector sobre lo que debería ser la prioridad en una historia: la coherencia narrativa.

 

Dulces Tinieblas

 

Al final, después de mil y una situaciones delirantes y siniestras, todo se reduce a un último acto que me recuerda poderosamente a Un Día de Furia (Joel Schumacher, 1993). Tras tratar de salvar y mantener a salvo a sus amigos de los peligros del bosque (y de los que ellos mismos generan) a lo largo de toda la historia, Aurora se ve sometida a un sinfín de vejaciones y ofensas hasta que no puede más y explota contra quienes fueran en algún momento sus aliados, primero, y contra sus opresores en un remate de la trama que vuelve a ser estremecedor sin terminar de ofrecernos un por qué o una mínima explicación a todo lo que hemos leído hasta entonces.

Acerca de RJ Prous

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En la soledad de mi beca Séneca en Zaragoza aprendí a amar el cine mierder. Volví a Madrid para deambular por millones de salas y pases de películas para finalmente acabar trabajando con aviones. Amante del cine y de sus butacas, también leo muchos cómics y, a veces, hasta sé de lo que hablo.

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