Norma Editorial nos propone un viaje hasta la prehistoria, a cuando los primeros humanos sobrevivían en pequeñas tribus de cazadores y recolectores. Una vida nómada y peligrosa en un mundo cargado de peligros y belleza. Jérémie Moreau presenta un relato que confronta el idealismo exacerbado de su protagonista con el pragmatismo obcecado de quiénes le rodean.
«¡Si supiera cazar, saldría!«
En Penss y los pliegues del mundo conocemos a Penss, un joven sin oficio ni beneficio que se pasa el día deleitándose con la belleza que ofrece el mundo, buscando comprender los secretos de este e intentando dar con un modo de vida diferente al de sus semejantes. Claro, en un mundo en el que no saber cazar es prácticamente una condena a muerte, Penss no lo tiene nada fácil para salir victorioso.
Moreau plantea un relato sin héroes ni villanos, sino de gente corriente que ve las cosas de distinto modo. Es más, hasta bien avanzada la lectura, Penss resulta bastante desagradable, siendo retratado como alguien soberbio e incapaz de empatizar con los demás. Pero la vida es aprendizaje y el tiempo da al protagonista la madurez necesaria para encontrar el equilibrio. A su manera, es una historia acerca del proceso de convertirse en adulto.
Aún habiendo doce mil años de diferencia entre donde se sitúa la historia (sin saberlo Penss es de los primeros humanos en practicar la agricultura) y nosotros, los temas y emociones que toca el autor son muy cercanos. De ahí que la obra tenga un carácter reflexivo tan importante.
Entrar o no en el discurso que persigue la narración es ya otra cuestión. El carácter malcriado y egoísta de Penss durante buena parte de la aventura puede suponer un obstáculo importante, pues provoca rechazo en el lector. La conclusión, que invita a pensar en una renuncia del protagonista justo cuando parecía haber alcanzado un equilibrio, tampoco es una gran aliada. Pero quizás sea eso lo que pretendía Moreau, que no hay espíritu revolucionario o transformador que resista los avatares de la vida.
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