La película nace de una supuesta historia real, y es aquí donde radica su atractivo. Sin embargo, a estas alturas del partido, con los ejemplos de Paranormal Activity, El proyecto de la Bruja de Blair, o, incluso, Fargo, el concepto historia real ha empezado a perder su fuerza. No sólo por las falsas historias reales que se nos presentan, sino porque, incluso en aquellas que sabemos a ciencia cierta que tienen una base histórica, empiezan a chirriar bajo los efectos de eso llamado lenguaje cinematográfico. Me refiero ahora a todas esos biopics en los que se edulcora la realidad, se cuentan los hechos en orden equivocado para que tengan un mayor sentido cinematográfico, ya que la vida misma, como todos sabemos, en ocasiones confunde y, en el cine, eso no se puede permitir, si hablamos de cine de grandes masas. Es por ello, que el punto fuerte de Philip Morris, ¡te quiero! pierde su mayor fuerza. Mientras que films como Ray, Invictus o La Pasión de Cristo encontramos representaciones de la realidad dramáticas y vistas con un sentido más o menos serio de acontecimientos reales, en Philip Morris, ¡te quiero! nos encontramos la fórmula de comedia de enredo donde los sketchs se van sucediendo uno tras otro para dar continuidad a la película. Por mucha historia real que tengamos, la consecución de chistes y gags con su propia estructura de espectáculo televisivo hace que se pierda todo contacto con la posible realidad que se nos plantea.
Se puede decir que el trabajo de dos personas, en este caso, no ha tenido un resultado más sólido como ocurre con otras propuestas, sino más bien lo contrario. En ocasiones, parece que ambos directores no han sabido ponerse de acuerdo sobre una idea y, en consecuencia, han dejado escenas descafeinadas con intención de no ceder uno ante la propuesta del otro.
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