La Cúpula nos trae una estupenda antología de relatos de Alfredo Pons en el libro Alta tensión.
Hablar de Arturo Pons es hablar de un icono del cómic y la cultura española contemporánea. El autor barcelonés fue un retratista de esa España en pañales que redescubría la democracia y que se dejaba seducir por el espíritu transgresor y libertino de los ochenta. A través de las páginas de El Víbora (revista que ayudó a fundar), Pons reflejó el lado más oscuro de nuestra sociedad, relató esa otra historia de España que no viste bien en la televisión. Ahora, doce años después de su desaparición y en un país adormilado que parece haber perdido el rumbo y a sus referentes, la recuperación que hace La Cúpula de algunas de sus más destacadas historias parece más necesaria que nunca.
El libro, que sigue un orden cronológico que permite ver la evolución de Pons como autor, se sumerge de lleno en el género negro, dibujando los bajos fondos y los ambientes sórdidos de Barcelona para narrar unos relatos en los que la codicia desatada, la violencia y la sexualidad más desinhibida y libre de prejuicios funcionan como temas principales. Destaca la inclusión de varias historias protagonizadas por María Lanuit, unos de los personajes fetiche del autor, así como adaptaciones de escritos de literatos como Hal Dresner, Robert Bloch o ese símbolo del realismo sucio norteamericano que fue Charles Bukowski.
Alta tensión puede dividirse en dos partes atendiendo al fondo que se desprende de sus diferentes historias. En la primera, entre los vicios y perversiones que muestra Pons, se esconde un halo de esperanza. En sus páginas la avaricia o los engaños reciben su castigo, hay justicia incluso para el lumpen, un concepto (la justicia) del que parece que no podemos presumir hoy en día. Así, bajo esa capa de sordidez y desesperación que se nos muestra en primer término, se atisba un discurso más bien idealista, acorde al sentimiento de la época en que se escribieron las historias, un sentimiento de supervivencia y lucha ante un pasado que no terminaba de marcharse y un presente dubitativo, sí, pero también de cierto optimismo hacia un futuro incierto. Por desgracia el futuro acaba convertido en presente y las esperanzas se desvanecen dando lugar a la amargura y la nostalgia. El tono se vuelve más gris y esa sensación de que «a pesar de todo existe cierta justicia», desaparece sin más y solo permanece el espíritu de supervivencia a costa del más débil. Con este cambio el autor atisba la evolución que hemos venido siguiendo como sociedad, descreída, cruel y melancólica.
Con el formidable material que tenemos entre manos (la edición, de gran formato y encuadernación en cartoné) es una lástima la no inclusión de un índice o algún artículo que sirva para presentar y contextualizar la obra.
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