«Éramos tan pequeños que apenas me enteré de lo que pasaba«
Creo que la primera vez que nos toca en la vida ir a un tanatorio no terminamos de asumirla como algo real. Suele pillarnos demasiado jóvenes y casi por sorpresa y no terminamos de entender lo que allí sucede. Pero tarde o temprano llega una de esas visitas que vivimos con especial intensidad, que nos marca por la agonía que supone, por el esfuerzo mental de mantenernos serenos mientras algo muy importante para nosotros se va para siempre de nuestras vidas… Yo, que he tenido la inmensa suerte de conocer a tres de mis cuatro abuelos, también he tenido que asistir a sus respectivos entierros y, tal y como nos cuenta Mario Barrachina en esta estupenda novela gráfica, no fue lo mismo con mi abuelo Ramón, que me pilló en la universidad y con la cabeza llena de pájaros que lo que ocurriría con su esposa Teresa (en aquel indescriptible verano del Covid) o con mi adorada abuela Julia, cuya ausencia a veces pesa tanto que duele.
España, no sólo por ser un país ligeramente envejecido, siempre ha guardado una buena imagen de sus abuelos. Aquí la idea de que entren en una residencia se nos antoja como una solución final para cuando no queda otra posible. Y aquí, tener un abuelo en el pueblo significa subir varios peldaños en el escalafón social de cuando somos críos. Los pueblos, de esa España vaciada que tanto nos llena la boca y tan poco parece importarnos, se convierten en refugios de escapismo de la vida monótona de la ciudad y los abuelos son esas otras figuras paternas y maternas que siempre parecen dispuestos a flexibilizar las reglas que rigen nuestras vidas durante el resto del tiempo que pasamos lejos de ellos. Y, así, se va construyendo una montaña de recuerdos y experiencias que, pese a su partida, se quedan con nosotros para siempre.
«Vosotros del abuelo no os vais a olvidar, ¿verdad?«
El Día Más Largo tiene la virtud de conectar a niveles muy profundos con cada uno de nosotros. Porque muchos hemos vivido la irrealidad que se palpa en el ambiente de un día en el tanatorio y porque casi todos tenemos anécdotas más o menos triviales con nuestros abuelos que nos van a acompañar durante el resto de nuestras vidas cada vez que hagamos tal o cual cosa. Es como la imagen con la que nos saluda la portada de este cómic. En mi caso no era desde la puerta, sino desde el balcón de la casa de mis abuelos cuando veía por primera vez y al despedirme a mis abuelos paternos. Ahora, años después de que nos hayan dejado, soy yo quien habita esa casa y el balcón forma parte de mi despacho y me cuesta mucho no imaginármelos apoyados en la baranda mientras escribo estas líneas, como si su presencia fuera una constante en mi vida.

El Día Más Largo
Porque, de hecho, es en eso en lo que se convierten. A fuerza de enseñarnos las lecciones más valiosas de amor y de sacrificio, nuestros abuelos se convierten en perennes guías de nuestras vidas y su recuerdo es lo que nos empuja muchas veces a dar lo mejor de nosotros mismos. Nuestros padres nos crían y se aseguran de darnos las mejores oportunidades. Nuestros abuelos… ellos se dedican por completo a nuestra felicidad y, por el camino, se convierten en el mejor ejemplo de lo que aspiramos a ser nosotros mismos algún día.
Gracias a Mario Barrachina por la sinceridad que destila su cómic, por abrirnos su corazón y permitirnos conectar con él a tantos niveles. Y, por supuesto, por reivindicar la figura de nuestros abuelos.
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