Amor y letras

Amor y letras: Historia de un buen tipo

Esto de las comedias románticas es como las rebajas: uno tiene que revolver mucho para encontrar algo que merezca la pena. Cuesta dios y ayuda, sí. Pero, cuando aparece un producto decente, te quedas ampliamente satisfecho.

 

Parece que alguien está decidido a dignificar el género y a dejar satisfechas a unas cuantas personas. Ese alguien es Josh Radnor, que desde HappyThankYouMorePlease (2010) viene pegando fuerte y dejando sello de su personal (amén de efectivo) sentido del humor. Lo hace esta vez con Amor y letras (Liberal arts), otro film que ha sufrido el implacable yugo de la traducción de títulos originales. Esta vez, por lo menos, el resultado no es tan catastrófico, pero a más de uno nos sigue molestando ese interesado hábito de alterar el primer contacto que tenemos con una película.

 

La cuestión es que Radnor, ese simpático chico de Ohio a quien, para ser francos, detesto en la aclamada Cómo conocí a vuestra madre (How I Met Your Mother), consigue esta vez que mi percepción sobre él cambie y muy para mejor. Parece que el bueno de Josh es un obseso del control (una característica que ha llevado a muchos a compararlo con el irrepetible Woody Allen) y le gusta guisarse y comerse él solito sus películas. Bueno, Allen son palabras mayores, pero a Radnor resulta imposible reprocharle algo, ya que la receta le sale tan bien como a una experimentada abuela.

 

Amor y letras

 

Él es el protagonista perfecto de su historia, un relato de un treinteañero con buen corazón y una especie de síndrome de Peter Pan universitario. En su película, Radnor idealiza la época del estudiante y consigue que sus personajes se muestren tan naturales como soñadores. El humor se va afinando con delicadeza hasta culminar en ingeniosos diálogos que no se anclan en la ñoñería y consiguen que el espectador le dé un poco a la cabeza mientras una ligera sonrisa puebla su rostro. A estas alturas, Radnor ya ha conseguido cosas asombrosas, como que Zac Efron nos caiga bien por momentos. Elizabeth Olsen encuentra también la clave que requiere su papel: mostrar esa madurez inmadura tan característica de las chicas que oscilan seguras, pero con ciertas dudas, entre la etapa adolescente y la juventud.

 

Por otra parte, es inevitable obviar ciertas similitudes (no argumentales) con la inolvidable y popera Alta Fidelidad (Stephen Frears, 2000). Los personajes de Cusack y Radnor se asemejan en su perfil inmaduro y nostálgico, así como en las cosas a las que conceden más importancia. Uno asocia cada momento de su vida a un disco; mientras que, para el otro, los libros cambian su manera de pensar y ver el mundo. Pero lo que realmente caracteriza a los dos personajes es que el espectador empatiza y se identifica con ellos. Son tipos normales, con preocupaciones razonables y esa característica crisis de mucha gente de su edad.

 

El hombre que toda suegra querría para su hija ha hecho un buen trabajo. Especialmente recomendada para todos aquellos que odian a Ted Mosby.

 

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