El lobo de Wall Street
Título Original: The Wolf of Wall Street
Director: Martin Scorsese
Guión: Terence Winter
Reparto: Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Margot Robbie, Kyle Chandler, Spike Jonze, Matthew McConaughey, Rob Reiner, Jean Dujardin, P.J. Byrne, Katarina Cas, Cristin Milioti, Joanna Lumley, Jon Favreau, Jon Bernthal
EEUU / 2013 / 180′
Productora: Red Granite Pictures / Sikelia Productions / Appian Way
La figura del héroe con fuertes valores morales está obsoleta, al igual que un VHS en la jungla de formatos digitales y de códecs que se multiplican como esporas. El nuevo héroe moderno no está limpio, no está libre de pecado, el héroe moderno sigue las palabras de Alonzo Harris, interpretado por Denzel Washington, en la ahora ya algo…
La figura del héroe con fuertes valores morales está obsoleta, al igual que un VHS en la jungla de formatos digitales y de códecs que se multiplican como esporas. El nuevo héroe moderno no está limpio, no está libre de pecado, el héroe moderno sigue las palabras de Alonzo Harris, interpretado por Denzel Washington, en la ahora ya algo olvidada Training Day: «En este mundo debes tener algo sucio para que todos confíen en ti«. Las series de televisión en cuanto al nuevo prototipo de héroe (o deberíamos llamarlo antihéroe) hace tiempo que le llevan ventaja al cine, desde Los Soprano, pasando por The Wire, Dexter y Boardwalk Empire (uno de sus guionistas, Terence Winter, es el guionista del film que nos ocupa) hasta llegar a Breaking Bad. Los telespectadores nos hemos puesto en la piel de todo tipo de villanos, hemos seguido sus aventuras, su ascenso al poder, nos hemos horrorizado con sus hazañas a la vez que les hemos comprendido. En su mundo, en el contexto en el que se mueven, son héroes. Representan la coherencia y la honestidad en un mar repleto de tiburones. Y muchas veces nos gustaría ser ellos o tener, al menos, su fuerza para enfrentarse al mundo.
Y… ¿a quién no le gustaría ser Jordan Belfort, el personaje interpretado por Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street? ¿Quién no querría estar en sus zapatos… aunque sólo fuera por un día? Es ilustrativa la secuencia del yate en la que el agente del FBI Patrick Denham (interpretado por Kyle Chandler) visita a Leonardo DiCaprio. El espectador se debate entre la integridad del defensor de la ley y la propuesta de DiCaprio, una propuesta demasiado golosa como para no ser considerada. Todos en ese momento somos el agente Patrick Denham. Scorsese lo sabe y nos hace avergonzarnos al segundo siguiente, después de haber caído en su trampa.
Si bien Jordan Belfort, el broker interpretado por DiCaprio, no es ni Michael Corleonne, ni Walter White, ni Tony Montana, sí que comparte con ellos su desmedida ambición y su completa falta de escrúpulos. Su arma no es una pistola ni una motosierra, sino el engaño. Es atinado decir que la nueva película de Scorsese debe estar colocada en la estantería junto a Uno de los nuestros y Casino, formando así una disfrutable (e imprescindible) trilogía, pese a que el tono de esta última película se desvíe más a la comedia.
El lobo de Wall Street es un carnaval de los más bajos instintos del ser humano, visto y contado desde el punto de vista de su protagonista. Sexo, codicia, drogas, violencia se pavonean por la pantalla de tal forma que confirma que a pesar de su edad y después de los Guy Richies, Tarantinos, y Paul Thomas Andersons que han desfilado de forma carismática ante nosotros, el bueno de Martin Scorsese sigue siendo el Rey. Un maestro que no se ha quedado atrás. Puede que el cineasta quisiera resarcirse de su anterior film La invención de Hugo y dejar claro que no le temblaba el pulso, de ahí el tono hiperbolizado (y a veces, grotesco) que salpica el film, pero al César lo que es del César.
Pocas veces el subjetivismo en un film había dado tanto juego, como el que su protagonista a golpe de palabra pueda cambiar el color de su coche o que su versión de los hechos sobre cómo ha sobrellevado un colocón se contradiga al segundo siguiente con la verdad (memorable e hilarante la secuencia de los Quaalude lemmons caducados junto a un divertido Jonah Hill). Jordan Belfort es el Dios en su mundo, así al menos lo cree él, y de esa forma está contada la película, él nos narra o nos omite lo que se le antoja. Podría echársele en falta a la película un discurso moralista o esa cita de arrepentimiento hacia sus hijos con la que abre el propio Jordan Belfort en su libro autobiográfico (en el que está basado la película) pero volviendo al punto de vista adoptado por Scorsese el resultado final es coherente y honesto. La única excepción la encontramos llegando al final, en el que su director parece vacilar y se permite una breve concesión a la galería con un arrepentimiento verbalizado en off (la escena del avión en la tormenta). Es el único momento en el que Scorsese se muestra poco firme. El arrepentimiento en cuestión no lleva a ninguna parte y es la justicia la que se encarga en poner en su sitio al protagonista. Al igual que Ray Liota en Uno de los nuestros o Robert De Niro en Casino, Jordan Belfort sólo muestra arrepentimiento al ser consciente de que los buenos tiempos han terminado.
Y esperemos que así sea. Los periódicos y las televisiones tienen ganas de anunciar el fin de una crisis que se niega a irse. En estos momentos tiene algo de escalofriante convertir en atractiva la figura de un broker estafador y seducirnos con su forma de vida. Si uno es conspiranoico, y es difícil no serlo en esta era dominada por Internet, se podría entrever un inquietante subtexto, un subtexto diseñado por aquellos que gobiernan nuestras vidas y que dice… que suplica: ¿podemos volver al juego ya?
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