Hace ya la friolera de doce años apareció en las carteleras mundiales un producto menor dirigido a todos los amantes de la adrenalina y los bólidos fastuosos. Por sorpresa, no sólo aquéllos que desconocen el significado del término fastuosidad acudieron a las salas con la esperanza de ver un buen filme de acción que colmase las ansias que habían creado unos años flojos en el género. Aquella entrega tenía interés como mero entretenimiento si no se es un entendido en coches y como catálogo para el que sí lo es. Pero lo que sin duda sí tuvo fue tirón y un éxito asombroso. Tanto que ésta que ahora acontece es la sexta entrega y se espera otra más. Dados los tiempos que corren, que una franquicia siga estrenando en cines después de seis películas, es toda una fabulosa estrategia de marketing.
Porque, yendo a lo que importa, cine hay muy poco. El único aporte que supone cada nuevo episodio no es otro que dejar que la envidia florezca con los automóviles exhibidos y – con el escepticismo dormido – asombrarse con las secuencias de acción alejadas de toda ley física. Argumento sobre el que poder conducir tiene porque al querer llamarlo cine debe tenerlo, pero si en algún momento fue ingenioso eso ya quedó atrás. Ahora lo que importa es explotar el invento y sacarle toda la rentabilidad posible. Si es necesario dar vueltas rocambolescas a lo largo de cuatro películas para explicar todo sin romperse mucho la cabeza pariendo una idea, mejor que se líe el espectador. Total, lo que importa es que se maree con las carreras, ¿qué importa que el guión termine por desmayarlo? Toda la sorpresa del guión gira en torno al personaje de Letty (Rodríguez), que parece importar más que las incoherencias internas de un libreto repleto de fallos.
En el sexto capítulo de la saga, encontramos reunidos a todos los personajes que han importado algo a lo largo de los años. A pesar de los vaivenes intentando reflotar carreras propias, todos las estrellas que estuvieron presentes en los dos primeros largometrajes han tenido que volver por sus fueros y reencontrarse con aquello de lo que parecían disentir. Los aires de superioridad con los que se vanagloriaban Vin Diesel y Paul Walker cambiaron de rumbo cuando la velocidad seguía dando beneficios y ellos se perdían en productos de – como era de esperar – nimia calidad que ni siquiera reportaban cifras decentes. Quizá sea ir muy lejos en el caso de Diesel, pues ha tenido una carrera bastante más exitosa que la de su compañero, pero debería considerar el ser un reclamo para una franquicia como un gran canto en los dientes dada su nula capacidad interpretativa.
Acompañándoles están esos personajes que por razones desconocidas han dado lustro y millones a la empresa: los raperos Tyrese Gibson y Ludacris, el inane talento de The Rock, Michelle Rodríguez, el cuerpo de Elsa Pataky y los dos únicos nombres que parecieron dejar algún sello propio con la deslustrada historia versada en Japón: el director Justin Lin (quien se hizo cargo de todos los largos desde entonces) y el insoportable Sung Kang, presencia que se justifica de manera digna de Los Serrano.
Aquel que no tuvo suficiente con una entrega encontrará aquí lo que busca: chicas explosivas, coches rápidos e islas. Las británicas y las Canarias, inesperadamente bien representadas.
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