La película, basada en hechos reales que Irán no reconoce, se sumerge en la situación femenina dentro de ciertas comunidades musulmanas -no todas interpretan igual la ley de Dios-. Una sociedad donde el hombre tiene el poder absoluto a través de una sharía que queda en entredicho por quién la aplica: Un mulá que no es tal por su forma de actuar y por el pasado. Un poder político supeditado al religioso. Y una Guardia Revolucionaria que hace y deshace por sus influencias con el poder central. Así se estructura La verdad de Soraya M., cuyo punto de partida es la llegada fortuíta a Kapuyeh, Irán, de Freidoune (Jim Caviezel), un periodista al que Zahra (Shohrer Aghdashloo) cuenta la triste historia de la lapidación de Soraya (Mozhan Marnò). Una injusta realidad que no se suele contar por la represalia: la muerte o el encarcelamiento. Con todo ésto, La verdad de Soraya M. es una clara crítica a la trasparencia informativa de una sociedad atormentada por el terror que lo religioso y lo corrupto imponen, y, tal vez, por una la mala interpretación de unos textos que bien se podrían considerar arcaícos.
Una película que cuenta más de lo habitual en este tipo de cintas. Menor cantidad de bellos planos y más información (normalmente este cine se centra en alargar las secuencias cuidando mucho la fotografía). Aquí van al grano y se ahorran las ricas florituras que describen sus paisajes y que reflejan la dura orografía con la que conviven. Después de Mujeres de El Cairo, que se estrenó en España a principios de verano, nos llega La Verdad de Soraya M., bien dirigida por Cyrus Nowrasteh, y que se erige como otra apuesta arriegada que tendrá su público, de nuevo, en la versión original. Un tirón de orejas para las salas de lo comercial, que como tales sólo buscan el beneficio, y que dejan de exponer al público estos retazos siempre decentes de nuestros amigos del otro mundo.
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