Lo único que permanece inmutable (precuelas al margen) en el cosmos de Underworld es la presencia de Selene, la vampiresa embutida en cuero interpretada por Kate Beckinsale, una de las actrices que mejor ha sabido aprovechar su rol de heroína (y villana) del cine de acción. Tras las buenas sensaciones que dejó la anterior entrega de la saga (Underworld: El despertar), era solo cuestión de tiempo que Len Wiseman (artífice de la franquicia) tirara de agenda para ogranizar un equipo que llevara adelante una nueva secuela. Cinco años después aquí la tenemos, con la debutante Anna Foerster a los mandos.
Aún a falta de nombres de veteranos con solera que engalanen el reparto de secundarios tipo Bill Nighy o Stephen Rea, las señas identitarias de Underworld siguen ahí: acción a raudales, una protagonista capaz de superar cualquier amenaza, unos vampiros de marcada estética fetichista, una fotografía oscura, de colores fríos… Sobre el papel, Underworld: Guerras de sangre da justo lo que se espera de ella, pero hay algo que no termina de funcionar.
El anterior capítulo sirvió para hacer un lavado de cara a la franquicia, renovarla y buscarle una vuelta de tuerca para evitar los síntomas de agotamiento. El resultado fue una película muy entretenida y sin complejos que «despertaba» el interés en nuevas secuelas que siguieran explorando su cosmos. Guerras de sangre, por el contrario, ha supuesto una involución en la saga. Cory Goodman y Kyle Ward (sus guionistas) parecen haber obviado buena parte de las ideas desarrolladas en el film que la precedía (como la apertura de la guerra a un tercer bando, el de los humanos), apostando por una trama llena de vicios telenovelescos y endogámicos, adornada con la aparición de personajes capaces de evolucionar para volverse más poderosos. La consecuencia es la inevitable pérdida de coherencia (y verosimilitud) respecto a la mitología y las reglas definidas por la saga.
Foerster poco puede hacer al respecto cuando cada personaje tiende a ir a la suya y la excusa argumental que desemboca el enésimo enfrentamiento de Selene con vampiros y licántropos lleva a un callejón sin salida ya anunciado en las primeras secuencias del film. Esto provoca ciertos bajones en el ritmo con escenas conversacionales que no van a ninguna parte y un creciente desinterés en el relato, salvado únicamente por los deseos del fan de disfrutar de su ración de peleas sanguinolentas, así como por el intento de profundizar en el conflicto interno de Selene.
La película dispara en varias direcciones sin decantarse del todo por ninguna, lastrando el desarrollo del relato, que acaba convertido en una especie de entremés que sacie el apetito de sus seguidores y reafirme el carisma de la vampiresa Selene de cara a un futuro que nos traerá, como mínimo, una entrega más de Underworld.
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