Hacía mucho que no salía del cine con la sensación de haber visto una película que te va a rondar la cabeza, para bien o para mal, durante unos cuantos días. Un servidor no ha visto la película original de la cual surge Let me in, dirigida por Tomas Alfredson y premiada dentro y fuera de su patria, pero la veré si tengo ocasión. Como pasa con todas las adaptaciones o remakes de cualquier cosa, el original suele ser mejor, o de mayor calidad. Esto es así por el simple hecho de que tiene un original. Intentar copiar o mejorar una obra, que de por sí es buena (si no, no se haría adaptación, para que adaptar o hacer un remake de una caca) es un proceso en el que sabes que vas a salir perdiendo. Casi nunca tendrás el favor de la crítica. Pero por eso mismo, debemos intentar ver un remake o una adaptación, como obra autónoma e independiente. Compararla, sí, pero también mirarla desde la otra perspectiva, como obra única e individual. Así que para no perder el tiempo al ir a ver la película, intentemos verla sin la influencia de la original. Más lioso es aún ya que la película sueca es a su vez adaptación de la novela de mismo nombre, del escritor sueco John Ajvide Lindqvist.
Hay muchos puntos flacos de la película sueca con respecto a la novela (como siempre): en la novela hay incluso un ambiente más turbio, donde la pederastia, las drogas y la homosexualidad están presentes. El que se supone padre de Eli (la chica vampira de aspecto de 12 años, pero de 200 años reales) está enamorado de ella; en la novela, Eli es en realidad un chico castrado; esto en ambos films se pasa mucho por alto, pero no se olvida ya que hay varias escenas en las que se insinúa.
La versión estadounidense está dirigida por Matt Reeves, y cambia el nombre por Let me in. La historia trata sobre una niña, Abby, de 12 años que se muda a un nuevo bloque de edificios, donde conoce a Oskar. Ambos comienzan una interesante amistad; dotan a la película de la magia que envuelve al film. Su amistad se consagra en medio de una sociedad hostil y áspera, donde el niño sufre, no sólo en su casa, si no también en el colegio. La chica resulta ser un vampiro, al que su padre la alimenta matando humanos y desangrándoles. Pero la dulzura de su rostro, de la relación con el chico y de su comportamiento contrastan hasta el extremo con la bestialidad y el aura horripilante que envuelve a los vampiros y que también se ve perfectamente en este relato. Todo el peso de la narración lo llevan los dos niños pequeños, de ellos salen otras subtramas: el padre de la chica vampira, el niño y su madre, el niño y la banda de gamberros que le destruyen la infancia, y la investigación policial.
Es una película muy completa, con diversas historias articuladas e hiladas perfectamente gracias a una relación nunca vista anteriormente, de esta forma al menos. Es una forma original de dar otra visión al relato vampírico, respetando lo posible la mitología vampírica más tradicional. Es una vuelta más de tuerca. Pero no por ello es ya una buena obra artística, si no, entraríamos en que el arte se consigue sólo innovando. La originalidad y la vanguardia en el arte es un punto a favor, pero nunca definitivo. Si esto fuera así, permitiríamos que todo valiese como obra de arte. Y no todo vale. Absolutamente. En cambio, la belleza es un aspecto simplemente imprescindible para ello.
La ambientación de la película está muy lograda con respecto a su film madre y a su libro. La acción no trascurre en Estocolmo, donde está mejor enmarcada la historia; esta vez trascurre en EEUU (adivinemos por qué); pero el ambiente oscuro, frío, casi desértico de alma humana, de paz o de calidez, está perfectamente insertado en el relato. Una pieza fundamental.
Nos encontramos ante una maravillosa película que no se puede enmarcar en el género de terror, a no ser que por la simple presencia de vampiros así lo indique. Es más un drama humano, donde hay amor infantil, dulzura, ternura. Es la calidez de los dos niños que al juntarse desbordan pasión, y esto resalta en un mundo yermo y sin amor.
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