Luisma, el hermano de Aída de la serie de homónima, que a su vez es spin off de 7 vidas, es, sin duda, todo un icono de la televisión y la cultura popular española. Un personaje que en ocasiones parece que se ha comido a su intérprete porque si algo caracteriza a Paco León es su gracia y simpatía; nadie imaginaba en el, ya lejano, Festival de Málaga de 2012, que este señor podía dirigir una película tan elegante, inteligente y despiadada como Carmina o revienta y menos aún que su segunda parte, Carmina y amén, pudiese ser mejor que su predecesora, demostrando lo bien que puede hacer las cosas.
Su carrera como director continúa, fuera del universo de Carmina, con una peculiar propuesta llamada Kiki, el amor se hace presentada como una comedia de episodios e historias cruzadas en torno a las más peculiares parafilias sexuales. El problema al tratar un tema como este es que es muy sencillo acabar en el chiste malo basado en «caca, pedo, culo, pis», y esta película se fundamenta básicamente en eso. El guión consiste en crear una situación vulgar y decorarla con chistes soeces y desagradables, un ratito se puede aceptar, pero sostener esto durante una hora y media, ya no (aunque reconozco una larga cabezada durante su visionado).
Paco León es inteligente y por ello cuenta con actores como Candela Peña, Alexandra Jiménez, Natalia de Molina, Belén Cuesta (¡sí esa chica tan encantadora!) e incluso él mismo; pero ni siquiera este despliegue artístico puede salvar algo con un guión tan estúpido.
Puede pensar quien lee esto, que este escritor es cerrado de mente por ofenderse enseguida, no aguantar que el tratamiento del sexo con esa naturalidad y humor, y bla bla; pero de verdad que no, las cosas no son así. El humor vulgar ha de sostenerse sobre una historia medianamente inteligente (véase Padre de familia o South Park), es decir, partimos de un argumento elaborado y con fondo, para elaborar todo este despliegue de gags, consiguiendo, de alguna manera, que todo se suavice. En esta película ni el argumento se salva, hay historias que provocan auténtica repulsión (ejem, los feriantes), no tienen sentido alguno y, lo que es más importante, no hay nada que contar y solo se busca la risa del espectador por escuchar las palabras «pene» o «follar».
Tampoco pido la sutileza de una comedia de Allen, pero como espectador se ha de exigir un mínimo de inteligencia, y respeto; a nadie le gusta que se le tome el pelo, menos aún bajo la máscara de ingenio y simpatía que supone el nombre del director.
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