Cuando era joven devoraba con verdadera fruición las películas de acción americanas a las que un canal autonómico tuvo a bien dedicar un espacio las noches de los sábados. Las endebles tramas y los inexpresivos protagonistas eran lo de menos, lo que realmente ansiaba era ese intercambio de disparos con el que solían terminar estas películas, en las que un héroe herido derrotaba a diez o doce esbirros y al malo final que los dirigía. Y entonces llegó él.
La bendita venida de Internet me abrió todo un nuevo mundo de posibilidades, y no tardé en introducir las palabras «las mejores películas de acción» en el cajetín de búsqueda, descubriendo un montón de interesantísimas páginas que me remitían a un buen puñado de señores con graciosos nombres chinos americanizados y un lugar común: Hong Kong, la corrupta y decadente HK, llena de elegantes matones de las Tríadas, polis rebeldes de horterísima estilismo y desgraciadas jóvenes de buen corazón.
Y, por encima de todos los demás, sobresalía un nombre: John Woo.
La familia de John Woo, nacido Wu Yusen, se vio arrastrada a los suburbios de Hong Kong en su huída de la marea roja, por lo que el joven Woo vivió de primera mano la violencia y el crimen en los que posteriormente se verían envueltos sus propios personajes. Empezó en el mundo del cine como aprendiz de los hermanos Saw, y dirigió varias comedias y películas de acción de cierto éxito, hasta que la crítica y el público le abandonaron. Parecía éste el fin de otra de esas efímeras estrellas de un día que pueblan los anales de la Historia del Cine… Pero no.
Regresó, no sólo firmando una gran película de acción, A Better Tommorrow (1986), sino creando todo un subgénero en sí mismo: el Heroic Bloodshed (literalmente, «derramamiento de sangre heroico»). Lo del derramamiento de sangre es fácilmente observable, con decenas y decenas de enemigos cayendo ante verdaderas cascadas de balas mientras describen coreografías imposibles. Pero, ¿y heroico? ¿Se refiere tal vez a que el héroe no muere aunque le cosan el cuerpo a balazos? Puede ser, pero sobre todo hace referencia a que el protagonista suele ser un antihéroe que se rebela contra su propio mundo debido a un noble objetivo. Ya sea el asesino arrepentido que hace un último trabajo para pagar la operación de la chica a la que hirió (The Killer, 1989) o los gángsters que, leales a su jefe, se enfrentarán a toda la organización (A Better Tomorrow 2, 1987), la huida hacia adelante es un estilema en el cine de Woo, como ya lo fuera en su día en el de Peckinpah, o posteriormente en el del también chino Johnnie To.
Tras la que para muchos es su mejor película, Hard Boiled (1992), Woo se vio tentado por las mieles de Hollywood, aunque se vio tan creativamente restringido para adecuarse al «estilo americano» que fracasó ante la crítica y el público, al menos hasta que llegó Face Off (1997), cuando al fin pudo reconciliar los dos mundos, oriente y occidente, incorporando todas las características y símbolos de su filmografía (palomas incluidas).
Pero, ¿cómo es realmente la violencia en Woo? Es sangrienta, dinámica y está exquisitamente coreografiada. Es tan epatante, tan hipnótica, que deja en pañales a cualquier sucedáneo americano. La cámara lenta es efectiva más que efectista, y los cargadores se vacían llenando de gozo al amante de la violencia audiovisual. Porque no es una violencia desagradable u ofensiva, sino un emocionante intercambio de disparos, casi sincero, en el que el deseo por salvar al antihéroe y ver muerto al malo malísimo se antepone incluso a los fuegos de artificio.
La localización de estos denominados «ballet de balas» (Bullet Ballet) da mucho juego a la hora de orquestar coreografías creativas, llegando a ser incluso lugares-símbolo, como la iglesia de The Killer, donde nuestro antihéroe expurgará sus pecados a base de plomo. También el mobiliario es de gran importancia, pues los giros y acrobacias varias son una seña de identidad made in Woo (cómo olvidar el inicio de Hard Boiled, o el tiroteo en la escalera de A Better Tomorrow 2).
La marcada personalidad del protagonista es otro acierto a la hora de canalizar el estallido de violencia, y el actor fetiche de Woo, el duro Chow-Yun Fat, ofrece un registro, si bien no muy sobresaliente, sí muy plástico, de ese antihéroe antes mencionado. Inolvidables son el palillo en la boca del chulesco inspector Tequila, o el abrigo negro y las gafas de sol del mafioso Mark Lee, personajes que demuestran la importancia de un pilar sólido y personalizado que aguante el peso de la violencia originada por él y contra él.
Esta es la violencia de John Woo, un estilo muy propio, copiado hasta la saciedad a ambos lados del Pacífico, pero a la vez generalista, concebida para llegar a un público mucho más amplio que la obra de otros autores, más retorcidos e inescrutables, pero sobre los que sin duda merece la pena detenerse…
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