El miedo a que alguien entre en nuestra casa y nos secuestre allí mismo, a que invada nuestro hogar a base de violencia, a quedar atrapados en nuestra propia vivienda sin escapatoria alguna; es un miedo bastante recurrente. Casos como estos hay todos los días en las noticias y el cine tampoco le es ajeno: Funny Games, Los extraños, La habitación del pánico… Secuestrados es otro ejemplo más, por mucho que quiera venderse como una propuesta radical y visceral.
La cinta de Miguel Ángel Vivas se presenta como una situación, una experiencia; más que como una película convencional, y esta intención queda bien definida tanto en la forma de rodar como en el enfoque de la historia.
El espectador es testigo de lo que ocurre y no sabe nada más allá de lo que ve. No conocemos nada acerca de los personajes: ni de la familia que ha sido secuestrada, ni de los asaltantes. Salvo por algún detalle que se puede sacar de las conversaciones que mantienen, todo ese background que nos permite adentrarnos en sus vidas no está. Y es lógico, pues el interés está en el plano emocional, en como responden los personajes ante una situación extrema.
Ahora bien, contemplar a Manuela Vellés discutiendo con su madre como si tuviera 12 años (no es nada creíble el comportamiento de ninguna de las dos) durante todo el planteamiento de la situación y verla el resto del metraje llorando y gritando, es agotador. Tanto, que impide entrar en el juego que nos propone el director.
Que a Miguel Ángel Vivas lo que cuenta le interesa menos que el cómo lo cuenta queda claro atendiendo a muchos de los diálogos que no brillan precisamente por su naturalidad.
Más allá de eso, el problema está principalmente en que el foco de atención no se mantiene donde en principio debería estar. Secuestrados, se supone, quiere que vivamos lo que siente la familia, que nos identifiquemos con su temor y lo percibamos como real (para lo que usa el recurso del plano secuencia, huyendo de la retórica del plano/contraplano). Pero claro, cuando la cámara deja a los miembros de dicha familia y se va siguiendo a los secuestradores, esa emoción se pierde.
Tampoco juega en favor de la película su prólogo. Técnicamente está muy bien rodado, también el plano secuencia, consigue transmitir toda clase de sensaciones: angustia, miedo, dolor… Es, sin duda, lo mejor de la película; pero a la vez genera una gran confusión, pues parece tratarse de un flashforward cuando en realidad no tiene nada que ver con el resto de la cinta.
Como ejercicio técnico Secuestrados no tiene nada de reprochable, a pesar de que la justificación de los planos secuencia sea más una condición estética que un requerimiento de la historia. En ese sentido, la película es fiel a sí misma, apuesta por unos planos largos en movimiento y lo mantiene hasta el final, apoyándose en pequeños cortes parar enlazar unos con otros y en dividir la pantalla para mostrarnos dos acciones que suceden a la vez y que no perdamos de vista nada de lo que sucede.
Al respecto, el trabajo con los actores es especialmente interesante, pues tienen que mostrarse naturales y aguantar planos de 10-12 minutos sin perder la concentración. Tal como está planteada la película, es como si hicieran pequeñas escenas teatrales.
Secuestrados es una de las apuestas más interesantes de esta ola de cine de género español de los últimos años, sin embargo no es, ni tan radical ni tan arriesgada en sus planteamientos como quiere pretender.
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