«Oye, Soul, ¿están ricas las almas?«

 

Una de las ventajas que tienen estas reediciones que se han venido poniendo de moda últimamente (aparte de la obvia de poder, por fin, hacerte con aquella serie que tuviste que leer de prestado hace años o que te pilló muy peque) es que nos permiten disfrutar de las obras que contienen a un ritmo que favorece contemplar la evolución del propio artista que nos las ofrece. Me explico: A menudo, la evolución de un mangaka nos pasa desapercibida cuando estamos inmersos en la lectura de su obra a través de capítulos semanales o tomos cada dos o tres meses (o cada seis si son de cierta editorial que no nombraré por aquí). Sin embargo, leo hoy el segundo volumen de la estupenda reedición que se está marcando Norma Editorial de Soul Eater y me doy cuenta de la brutal evolución de los personajes, su dibujo y su profundidad, entre el cómic que pudimos leer en diciembre del año pasado y el que salió en febrero de este 2025.

 

Cierto es que más de la mitad de ese primer volumen estaba dedicada a la presentación de los personajes que sirvió, allá en su día, como una especie de episodio piloto para ver si la serie podría llegar a funcionar. Pero lo cierto es que Atsushi Ohkubo reconduce rápidamente a los tres grupos de protagonistas de la obra en este segundo volumen para aprovechar mejor su faceta cómica, sus químicas personales o su capacidad de aprendizaje y crecimiento. Así, la incómoda relación entre Maka y Soul de las primeras páginas crece para convertirse en una verdadera relación de amistad donde cada uno aprende del otro y los dos buscan protegerse y ayudarse mutuamente. Esto se traduce en que sus escenas dejan de ser un sucedáneo nipón de Pimpinela para convertirse en ocasiones en las que crecer… Aunque dicho crecimiento implique una buena raja en el pecho y sueños que me recuerdan poderosamente a series que nunca vi.

 

«Toda la vida me estuvieron protegiendo porque consideraban que era un inútil«

 

Pero en lo que de verdad crece esta serie en su segundo tomo es en comedia. Ya sólo viendo cómo evoluciona el trazo del autor al retratar las caras nos podemos hacer una idea de que lo que eran intenciones en el primer volumen se convierten en hechos mucho más pulidos en éste. Black Star es idiota, pero tiene muy buen corazón y es un estupendo compañero para una aventura. Death the Kid se supone que es muy poderoso, pero es tan soberanamente idiota que al autor no le ha quedado más remedio que llevárselo de aventuras con el anterior en uno de los arcos más absurdos, descacharrantes y (si no recuerdo mal) trascendentes de este manga. Y es que a un servidor le habían vendido a Ohkubo como un adicto al fanservice y, vale, lo hay, pero mucho menos que en otras obras (como Demon Slave o Food Wars por poner ejemplos recientes) y con una importancia cada vez menor a lo largo de la trama.

 

 

Me alegré con la reedición de Soul Eater porque lo cierto es que mi pareja y yo estamos enganchadísimos a Fire Force (la nueva serie del mismo autor) y me apetecía revisitar ésta y ver qué tal había envejecido. El resultado, al cabo de dos números, no podía ser más satisfactorio. Detecto en Soul Eater detalles que se han pulido en su obra posterior, pero también las semillas de todo lo que ha hecho que Fire Force triunfe: un gran sentido del humor, un mundo intrigante del que uno siempre quiere saber más y personajes que saben ser carismáticos y fuertes sin que nos parezcan artificiales o  meros reflejos distorsionados del propio autor.