Por todos es conocido el cuento de Caperucita Roja en el que una niña va a visitar a su abuela que vive en una casita en el interior del bosque y se encuentra con un astuto y malvado lobo. El cine, tal y como ha hecho con muchos de los cuentos clásicos, no ha podido resistir la tentación de adaptarlo y son varias las versiones que se han llevado a cabo, de las que destacar dos más o menos libres: En compañía de lobos (1984), que se ha convertido en una de las obras de referencia del subgénero licántropo; y Freeway (1996), que transformó el relato en un thriller de chicas problemáticas y perversos pedófilos.
La versión de Catherine Hardwicke se sitúa en la línea de estas adaptaciones que pretenden sorprender al público con una vuelta de tuerca sobre el original.
Para ello se apoya en dos elementos: el romance (bebiendo directamente de Crepúsculo, la anterior película de la directora) y la intriga, que se resume en una pregunta: ¿Quién es el lobo feroz?
Sobre esta cuestión gira uno de sus mayores atractivos, al menos en un principio, ya que la cinta nos invita en todo momento a participar en el juego de las sospechas con todos los personajes que rodean a Valerie / Caperucita (Amanda Seyfried). Sin embargo, quien esté atento podrá descartar muy pronto a unos cuantos sospechosos de ser el lobo por una sencilla razón, cuando el monstruo está atacando, ellos están en pantalla. Imposible que estén en dos sitios al mismo tiempo.
El romanticismo que desprende el título tiene la función de dar una mayor profundidad emocional a la historia (y los personajes), para lograr una mayor identificación y teñir de cierta tragedia la vida de Valerie, que ha de elegir entre dos pretendientes. Pero se queda sólo en una intención, a las relaciones personales les falta lo que quieren ofrecer, la emoción.
Además, la herencia de Crepúsculo está muy presente. Da la impresión de que la directora ha seguido el mismo modelo que con la saga vampírica en un intento de captar al mismo público. El prototipo de los protagonistas es muy similar: jóvenes, guapos y atléticos que se mueven por un desesperado e intenso mal de amores. Si Hardwicke consiguió que los espectadores picaran con el romance entre Bella y Edward, ¿por qué no con Caperucita Roja?
Aunque suene a tópico cuando una película tiene poco que ofrecer, uno de los elementos más interesantes de Caperucita Roja son sus decorados y ambientación. Esta enfatiza la sensación de aislamiento del pueblo en el que transcurre la acción. Se trata de una pequeña aldea temerosa, encerrada en sí misma en busca de seguridad. Fuera hay un peligro que escapa a su comprensión y ante lo único que pueden hacer es esconderse. Este aspecto entronca con títulos como El Bosque o Sleepy Hollow y las sociedades que allí se representan.
Los decorados, que tienen un marcado carácter teatral, favorecen la estética de cuento (como en la citada En compañía de lobos); al igual que los colores saturados (en especial la capa de Valerie). Estos elementos ayudan a que el espectador se meta en la historia, en el relato. Nos sumergen en él, recordándonos que no estamos ante la realidad, sino en un cuento.
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