La primera entrega de Scream salvó al género de terror del destierro más absoluto. Recordemos que a principio y a mediados de los noventa ver un título de terror (y no digamos ya decente) era lo más parecido a encontrar una gota en el desierto. Como mucho podías contentarte con alguna entrega del Leprechaum, pero ¿merecía la pena llegar a eso?
Tras esos Freddys, Chuckys, Michaels Myers, Jasons y Leatherfaces que como borrachos a una sidrería desfilaron tan alegremente en los ochenta, parecía que era imposible volver inventar algo original.
¿Qué hizo Scream?
Coger la nada en la que estaba sumergida el género y convertirla en una virtud. Scream es al cine de terror, lo que Tarantino al cine de los 70 o de la serie B más chusca, por poner un ejemplo. Es reinvención pura.
Todo indica un futuro prometedor para el género, independientemente de su calidad y originalidad, y el salto a la televisión, consumida por el gran publico, parece inevitable. Y si no, véase la serie The Walking Dead.
Con la llegada de Scream 4, las esperanzas no eran muy prometedoras, ya que estas parecían verse sufragadas por unos insípidos trailers que denotaban un «más de lo mismo» en su esplendor. Ni el reencuentro Willianson y Craven (que recordemos que hasta no hace mucho se habían vuelto a unir en esa marcianada llamada La maldición), ni el sorprendente «Sí» de Neve Campbell tras las muchas negativas a volver a interpretar a Sidney Prescott (según sus propias palabras un personaje que ha pasado por lo que ella ha pasado, sólo tiene un futuro: estar en el manicomio) y ni la reincorporación de David Arquette y Courteney Cox a sus respectivos papeles parecía augurar nada bueno. Una reunión de amigos para nostálgicos, como mucho.
Kevin Willianson, responsable de los guiones de las dos primeras entregas y supervisor de la tercera (una correcta Ehren Krueger pero sin el sentido del ritmo de Willianson) ha realizado una panorámica a su entorno y ha de cogido de nuevo la presente «nada» y la ha convertido en una virtud.
En esta ocasión «la nada» no viene dada por una escasez de títulos (más bien lo contrario) sino por una escasez de originalidad. Lo demuestran la interminable lista de secuelas de Saw (ojo que Scream 4 hace un chiste sobre la saga de Puzzle en el minuto uno de película) o la interminable lista de remakes poco complacientes.
Kevin Willianson, adelantándose a un posible y despiadado remake de su saga por parte de las productoras, se las ha ingeniado para protegerla a través de la autoparodia y la autoconciencia, elementos que ya habían estado presentes en toda la saga, y que hacen de ella no solo una virtud sino una póliza de seguros contra reboots poco indulgentes.
¿Secuela o remake?
El tándem Willianson y Craven se las ha ingeniado para darnos las dos cosas a la vez.
Y ahí esta la gracia del asunto y lo que convierte a Scream 4 en un titulo de interés para el aficionado: funciona como un remake desde varias capas del guión (no hace falta haberse visto la trilogía anterior para entrar en el juego de esta); el casting, repleto de caras conocidas de la televisión estadounidense; hasta la sofisticación del asesino a los nuevos tiempos: móvil con programa de voz, webcams, ipad, Facebook y Twitter.
Por otra parte, funciona como secuela para todos aquellos que desde 1996 seguimos las andanzas de Sidney Prescott, del entrañable Dewey Riley (ahora convertido en sheriff y sin cojera de por medio, ¿fallo de raccord?) o de una divertida Gale Weathers que no sabe mucho que hacer con su tiempo libre.
Poco hay mas que añadir de esta nueva gamberrada Craven/Willianson ya que el prólogo del film es toda una declaración de principios, imposibilitando al espectador a llevarse a engaños de lo que les espera.
¡Y qué prólogo!
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