Adèle y el misterio de la momia es una adaptación de los folletines que Jaques Tardi publicó en los años 70. En este caso Luc Besson y el propio Tardi han aunando en un compendio los poco estructurados ejemplares y han intentado dar coherencia al caos con el Tardi triunfó. La historia parte en el año 1912 con un pterodáctilo que cobra vida por los procesos mentales del prestigioso profesor Esperandieu al que pone cara el bien recordado Jacky Nercessian. El caos se apoderará de París mientras Adèle (Louise Bourgoin) ultraja las tumbas faraónicas en Egipto con el fin de buscar al famoso médico de Ramses II para que devuelva a la vida a su hermana, en trance mortal desde que se sufrió un accidente. Ambas historias se juntarán en un París muy bien representado en el que Adèle intentará por todos los medios su misión con la ayuda de Adrej Zborowski (Nicolas Giraud), que lucha por salvar al pterodáctilo a la vez que se desvive por los objetivos de su idealizada Adèle, de la que se enamoró por una de sus novelas.
Lo importante y notable es que Luc Besson sigue siendo él por los personajes tan originales que plantea y que nunca fallan. Lejos de esas buenas personas destrozadas por la vida que representaba en Nikita, León (el profesional) o El quinto elemento, aquí, en Adèle y el misterio de la momia, se decanta por un torpón policia francés interpretado por Gilles Lellouche que sólo piensa en comer y dormir mientras busca a un pterodáctilo con un prestigioso cazador de la sabana africana a su mando; por una heroína atemporal llamada Adèle que destaca por su egoísmo, falta de humanidad y temor ante los extraños sucesos; por un romántico lector que trabaja en el Museo de Historia Natural; por un malo inútil con un horrendo aspecto físico al que da vida Eric Naggar, y así hasta un sinfín de personajes atípicos que dan lo mejor de esta adaptación que se queda a medias, tal vez igual que el original. Además, el sello del mítico director y productor francés se puede observar en los reiterados intentos de Adèle de liberar al profesor de la cárcel: muy parecida a la graciosísima escena, para mí mítica, del multi-pase que nos brindó en El quinto elemento. También podemos ver este toque bessoniano en los cambios de plano para encasquetar el caso del pterodáctilo: los más importantes investigadores delegan la acción de este pedido hasta el vaguete Gilles Lellouche. Ejemplo claro de su visión, y tal vez la de Tardi, sobre el precario servicio policial francés.
Lo bueno de ir al cine a visionar algo de este depredador del séptimo arte es que nunca deja indiferente. En este caso no se centra en sus repetitivos, y bien repetidos, temas existenciales que redundan en su filmografía. Pero sí en una cuidada producción de alto presupuesto bien resuelta y en lo cómico de sus diálogos que se hacen ligeros y sorprendentes hasta provocar las carcajadas del público. Humor bien dialogado, algo en lo que no suele fallar la mayor estrella del cine francés de los últimos 20 años. Así con todo, y sin negar su cuidado e ingenioso estilo de dirección, las lagunas en el guión son más que considerables. La resolución es un tanto alocada y las deciciones se aceptan con escasa reticencia, pero claro, cuando hablamos de este tipo de submundos todo es posible, y más cuando nos encontramos con el Besson más comercial y aventurero.
Y con indiferencia de dramas o aventuras, el galo cuenta siempre en su camino con el metódico Thierry Arbogast al timón de la imagen, y con el curioso y reconocido compositor Eric Serra, cuyas elecciones sonoras son magistrales. Pienso aún en los sonidos que introducía cada vez que Gary Oldman se excitaba en León (el profesional)… Creo que no recordaré Adèle y el misterio de la momia como lo más logrado de Besson, pero sí me acercaré a todo lo que él continue creando para ver en qué me vuelve a sorprender.
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