Liam Neeson se ha asentado en la piel de Bryan Mills como en su día se metió en el pellejo de personalidades tan dispares como Oskar Schindler o posteriormente de Qui-Gon Jinn. Hace ya tiempo que es uno de los rostros del cine de acción junto a Statham y compañía.
En la tercera entrega de esta franquicia sigue igual, aunque la tensión de la trama ha decaído. Ahora le toca lidiar con los malhechores en Los Ángeles, no viaja al extranjero como en los dos anteriores periplos; da igual qué contexto sea. Liam –y sus dobles– están en forma. Mejor dicho, Bryan Mills, el alter ego que convirtió al actor en el nuevo héroe de la pantalla. Por eso había que ver cómo culmina la saga.
Persecuciones por barrios residenciales, peleas en tiendas de licores, plan de escape de un centro educativo, intrusión en una gasolinera, etc… De nuevo se ve en un entramado de seguimientos y demás lides trepidantes. Pero ahora se le complica más por el hecho de ser acusado de matar a su ex esposa. Ahora no tiene que rescatar a su hija, sino a sí mismo.
El guion se limita a extender lo que el título marca sin ningún sobresalto: calmar la sed de venganza por la trampa en la que ha sucumbido Mills. Claro que esto envuelto en conversaciones ya vistas, chascarrillos de secundarios con pretensiones de jocoso, y escenas llevadas al límite saturan hasta el más forofo del género de acción. Neeson no sorprende –que nadie se impresione, insistimos, es su doble– saltando las verjas de a toda mecha, ni siquiera los coches capaces de parar aviones.
Y es que Luc Besson se pone a redactar guiones junto a Robert Mark Kamen, y parece que ponen el piloto automático a la hora de justificar ciertas partes. Detrás de la cámara se pone otro galo que ya conoce al héroe: Olivier Megaton ya dirigió el segundo capítulo (Venganza. Conexión Estambul) hace dos años.
Pese a las desorbitadas situaciones, el actor queda bien como ex agente retirado. Ya nos hemos hecho a la idea de verle acumular títulos de acción en su carrera. El elenco que acompaña al protagonista es otro de los pilares que sujeta la trama: Maggie Grace (Perdidos) y Famke Janssen repiten como hija y ex esposa respectivamente. Dougray Scott es el nuevo marido y el oscarizado Forest Whitaker es el policía encargado de dar con Mills.
El ritmo se entrega a su cometido: acción rápida con ciertos puntos de giro inesperados que entretienen al espectador pese a que éste se la sabe. Y se añaden más tintes familiares: Kim (Grace) ha crecido, aunque a su padre le cueste verlo.
Megaton sabe cuál es su sitio y su género, y aunque la película no se convertirá en ninguna obra de referencia, al menos ayuda a que el espectador, durante los cien minutos de metraje, huya de sus quehaceres como Mills huye del peligro en el argumento. Sin embargo al ex agente especial se le da mejor, porque está más forjado y sabe a dónde va. El espectador puede que se pierda en algún momento. Aparte, ¿En serio todo termina aquí? No sería de extrañar ver una cuarta entrega.
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