Silencio

Silencio: Gloria a ti, señor Martin

Tras el frenesí del Wall Street capitaneado por Leonardo DiCaprio, Martin Scorsese emprende un -ansiado- viaje al pasado para meditar. La última obsesión del director se llama Silencio, y está inspirada en una novela basada en hechos reales escrita por Shusaku Endō. En el siglo XVII, dos jesuitas emprenden un viaje a Japón en busca de su mentor, de quien se rumorea que ha renunciado a su fe tras ser torturado. Al igual que implora el talante de la orden a la que pertenecen los religiosos, esto es un viaje a lo espiritual, más allá de las fronteras y culturas que se traspasan. Estos dos religiosos investigan si su maestro ha dejado de «buscar y encontrar a Dios en todas las cosas», como fue el deseo de su fundador, San Ignacio de Loyola.

 

Andrew Garfield

 

En su travesía al país nipón, ambos sacerdotes serán testigos de las persecuciones que sufren allí los católicos: el empeño de las autoridades en erradicar cualquier estímulo occidental les hace vivir en clandestinidad. El cineasta nos muestra los arrestos y las torturas cruentas a las que son sometidos los cristianos. Siempre incisivo, no se ensaña pero hace que las imágenes hablen por sí solas; no importa las hechuras a las que se atenga en cada proyecto. Aquí, como hizo en La última tentación de Cristo y en Kundun, se abalanza sobre una de las grandes complejidades de la humanidad: la religión. 28 años después de la compra de los derechos de la novela, este hombre de fe nacido en Queens finaliza su homilía.

 

Su película, más que relatar la historia de Sebastiâo Rodrigues (Andrew Garfield), es una contienda del hombre frente a su espiritualidad. Para tal reto requería de buenos actores. Su trinidad está encabezada por Garfield: al actor le ha tocado indagar en los entresijos de la fe en sus dos últimas obras desde diferentes perspectivas (Mel Gibson le ha llamado a filas en Hasta el último hombre). Su personaje pone a prueba los límites de la fe hasta convertirse en un particular Jesucristo con otra misión. Adam Driver (Paterson) le secunda con su calidad habitual y Liam Neeson regresa al lugar que nunca debió abandonar en su carrera, después de tanta cinta de acción fallida; además, está habituado al rol de guía.

 

Liam Neeson

 

La lucha en este vía crucis es ardua, y el virtuoso realizador se atiene a un estilo clásico para mostrarla. Las abruptas imágenes hablan por sí solas –y por obra y gracia del director de foto Rodrigo Prieto–; apenas requieren de efectos de sonido, como mucho los de la propia naturaleza: las olas del mar o el viento se mezclan con los instrumentos de percusión. Juntos acompañarán a la voz interior del protagonista. ¿Acaso con el mutismo encontrará la respuesta de Dios?

 

Hablando sobre las injusticias sufridas por los kakure Kirishitan (cristianos proscritos), Scorsese predica a su público sobre la libertad de credo y el incongruente enfrentamiento entre religiones. Por suerte para la humanidad, el director rechazó ordenarse sacerdote y profesa otro dogma: el del séptimo arte. No importan las creencias de sus feligreses: ahora les edifica una nueva catedral dentro de su filmografía. Así, ha dado a todos sus devotos otro trabajo colosal y atronador, tal y como miente su título.

Acerca de María Aller

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