«El primer paso es subirme a la mesa«
Hay una cosa que me encanta de la peli Martian. En ella bastan cinco minutos para plantear la trama y dejar a Matt Damon varado a casi sesenta millones de kilómetros de la Tierra. Es después, y no a base de flashbacks sino a través de los propios actos del protagonista, cuando llegamos a conocer al personaje. Esta estructura se aleja de la clásica media hora que suelen dedicar los filmes (échale unas cien páginas a según qué novelas) a la introducción de los personajes y del escenario físico y emocional en el que van a desarrollar su actividad. ¿Es esta forma de contar las cosas mejor? Es, sin duda alguna, más ágil ya que nos permite entrar de lleno en la historia casi desde el principio, pero, como no podía ser de otra forma, no todas las historias son susceptibles de ser contadas de tal manera. Eso y que hace falta mucha maña para que el artificio te salga bien y no te quede un relato desarticulado desde el primer compás.
Algo así pasa con El Hombre Menguante, una de las obras maestras del insigne Richard Matheson (¿a alguien le suena Soy Leyenda?). En su segunda viñeta tenemos a un simpático desconocido siendo bañado por alguna clase de espuma tóxica, en la segunda página el mismo alegre caballero mide apenas dos centímetros de alto y huye aterrado de una araña que pretende añadirlo a su dieta. La acción nos viene dada y no comenzamos a conocer a Scott Carey hasta que no le vemos afrontar su rara afección mientras que, de manera intercalada, somos testigos de sus últimos días sobre la Tierra.
«Es una vida solitaria«
No estamos ante un cómic de superhéroes. Scott no habla con las hormigas ni posee su fuerza proporcional. Nuestro protagonista es un hombre de familia cuyo mundo se resquebraja un buen día al darse cuenta de que cada día es tres milímetros más pequeño que el día anterior. Tampoco hay en El Hombre Menguante nada de la ternura que podíamos observar en, por ejemplo, El Curioso Caso de Benjamin Button. La historia que cuenta Matheson (y que ahora adaptan Ted Adams y Mark Torres) no escatima en momentos agrios y crueles en los que el protagonista nos muestra su peor cara. Se puede considerar a El Hombre Menguante como una fábula alrededor del concepto del cáncer (o cualquier otra enfermedad sin cura que devore tu cuerpo de forma lenta y gradual). En Scott apreciamos las fases de negación, ira, negociación, depresión y, en última instancia, aceptación. Como tal, este relato no es cómodo de leer en según qué momentos, pero deja una impresión imborrable tras su paso por nuestras vidas: era algo que merecía la pena haber leído.
Además, tal y como nos tiene acostumbrados Planeta, la edición es verdaderamente agradable. En tapadura, el cómic (de unas 112 páginas) ha sido adaptado por el que es hoy el presidente de IDW, la editorial norteamericana de mayor crecimiento durante estos últimos años. Además el álbum viene acompañado de unos generosos extras que nos ayudan a comprender todo el subtexto que yace bajo esta obra maestra y a conocer al autor original, el genio al que muchos conocimos por sus múltiples aportaciones para La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone) y que, junto a otros grandes creativos, dio forma a otra forma de contar las historias en los Estados Unidos de los años cincuenta.
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