Dentro del terror es fácil encontrar plagios o, al menos, muchísimas similitudes entre diferentes largometrajes. La originalidad pasa más por el truco, la planificación de la puesta en escena para llevar la adrenalina al máximo y sacar los temores internos de cada cual a flote. El género podría subdividirse en múltiples categorías y dos de ellas serían las más revisitadas: asesino implacable y casa encantada. Igualmente, podría ramificarse mucho más y especificar si es la casa la que está poseída o sus habitantes, etc. Y así hasta el infinito, pero sobre la base eso es lo que se ofrece.
En esta The Conjuring (traducida al español como Expediente Warren, parece ser que ‘La conjura’ no suena comercial) encontramos el segundo ejemplo. Una numerosa familia se muda a una casa sin que se sepa mucho sobre ella; apegados a lo esperable, desde el primer momento en que los susodichos ponen sus pies sobre las crujientes tarimas de su nuevo hogar, el embrujamiento tiene lugar. Dos novedades son las que aporta este filme al trillado horror de fantasmas: por un lado, la puesta en escena y realización y por el otro los verdaderos protagonistas, la familia Warren que da nombre al título.
James Wan es el responsable de la dirección. El autor de la sorprendente Saw (2004) se ha labrado un nombre a fuerza de terroríficos títulos de bajo presupuesto, hasta el punto de ser el próximo responsable de una de las franquicias más rentables de los últimos tiempos, Fast & Furious. En este nuevo trabajo demuestra un don especial para engañar al ojo con una serie de encuadres ventajistas que preparan el susto mayúsculo que nunca llega a aparecer, es decir, conseguir una tensión constante y creciente que mantiene al espectador en vilo. Queda por demostrar si saliéndose del género tiene la misma valía, pues su filmografía se compone únicamente de películas en las que el miedo es el motor. Sin embargo, demuestra una dotes estéticas afinadas al milímetro y un gusto exquisito por la filmación preciosista con largos planos secuencia y encuadres milimetrados en angustiosa solución.
En esta ocasión crea la sensación de rendir homenaje a los grandes títulos de la historia. La evocación a El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) es constante, bien sea por el comienzo de una escena con el padre de familia dormido sobre un escritorio, o por la opción elegida para trasladar el pánico de una niña en un angosto pasillo decorado con un estrambótico papel de pared a juego con el pijama de la infante. Claro está que esto también lo dictamina el suceso, que según el marketing de la cinta (esforzado en tener credibilidad mediante fotos de archivo) tuvo lugar en la década de 1970. Por ello la realización regala a veces guiños en los que el referente se sitúa en tal época, con los clásicos zooms que acercan una escena alejada y que tan extraños resultan hoy en día. Teniendo lugar en una casa en la que habitan males, el otro referente ineludible debía ser El exorcista (William Friedkin, 1973), otro título con halo clásico rodado en los setenta que de forma obligada representa un lugar común en este tipo de cine y al que pocos cineastas parecen poder evitar (¿no hay otra manera de caracterizar a humanos poseídos?)
Pero, como se apuntaba antes, la otra innovación proviene de los papeles encarnados por Patrick Wilson y Vera Farmiga. Ellos representan a unos demonólogos que acuden al rescate de familias que sufren este tipo de problemas. Sin embargo, el germen de toda la película son ellos y el guión también ahonda en sus problemas personales y las dudas a la hora de aceptar según qué trabajos, puesto que ellos también sufren y, en determinados momentos, en silencio. El atractivo de esta pareja es indudable y ofrece un nuevo camino por el que pueda transitar la película. Y así sería de no tener un guión dubitativo que arranca con fuerza pero se desinfla ante la encrucijada de a quien darle mayor protagonismo, con lo que finalmente no termina de otorgárselo por completo a ninguno y desaprovecha un filón de sumo interés.
Sobre el papel la película es una obra más de hogares poseídos (las dos partes de Insidious están muy cerca y pesan demasiado) pero con un responsable que se conoce al dedillo las reglas y las ejecuta de forma original. La tensión es incuestionable e incesante, la dirección cuidada y el producto superior a la media.
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