Elysium

Elysium: Lucha de clases

Una de las consecuencias más peligrosas de la crisis que nos acucia desde hace varios años es la agudización del conflicto de clases. La brecha que separa a ricos y pobres se va acrecentando día a día. Sube el umbral de la pobreza al mismo ritmo que desaparecen las clases medias. Y ya no se trata solo de un agravamiento de las distancias existentes entre el Primer y Tercer Mundo, en los países más poderosos se repiten y radicalizan las estructuras globales. Hoy encontramos más pobres en EEUU o en España que hace cinco años. Y las clases pudientes no solo aumentan su poder adquisitivo, sino que parecen invulnerables a la justicia, están por encima de ella.

 

Esta trágica realidad ha encontrado su reflejo (como todas las grandes crisis [de valores, monetarias, sociales…] y épocas de cambio) en la ciencia ficción. No son pocos los títulos recientes que han abordado de forma directa o tangencial la problemática de la lucha de clases recuperando (pretendidamente o no) parte del espíritu que desprendían obras magnas como Metrópolis (Fritz Lang, 1927). Así, mientras Un amor entre dos mundos (Juan Solanas, 2012) se debatía entre el drama romántico y los mundos imposibles, In Time (Andrew Niccol, 2011) se disfrazaba de homenaje a Bonnie and Clyde (Arthur Penn, 1967) y Desafio Total (Len Wiseman, 2012) devolvía a Australia su estatus colonial. Elysium (Neil Blomkamp, 2013), que tiene muchos puntos en común con los títulos mencionados (fronteras inexpugnables mediante, o guetos en los que se trabaja solo para sobrevivir), aporta una visión que transita entre la sorna y un inquietante halo profético. Los afrancesados privilegiados, pulcros como solo ellos pueden serlo, no se conforman con levantar grandes muros que los separen de la realidad del mundo, sino que ponen espacio de por medio y se construyen una estación espacial que los libre de respirar nuestra mugrienta atmósfera. Una atalaya que observa desde el firmamento y representa esa brecha inalcanzable entre ricos y pobres.

 

Irónicamente, esta «fuga de capitales» consigue que La Tierra supere al fin sus disputas fronterizas, convirtiendo a EEUU en un territorio de mayoría latina en el que tanto da expresarse en castellano como en inglés. Un hipotético futuro que toma como referencia la tendencia actual que se vive en tierras norteamericanas, donde la minoría hispanohablante está en auge; siendo un país, además, en el que no existe lengua oficial.

 

Sharlto Copley en Elysium

 

Blomkamp nos presenta dos clases enfrentadas, dos mundos y dos tratamientos muy diferentes para cada una. Mientras en la estación Elysium la trama toma una vertiente más política (aunque no termina de profundizar en ella) y centrada en los dirigentes; en La Tierra aborda un discurso más guerrillero, muy en la línea de District 9. Antihéroes que luchan por la supervivencia en un entorno que los agarrota y que (como en otras tantas distopías) la militarizada seguridad es la nota dominante.

 

Esta Tierra esquilmada y moribunda guarda muchas similitudes con el campo de refugiados de District 9. En muchos sentidos, Elysium no deja de ser una evolución de los preceptos establecidos por Blomkamp en su ópera prima; ha retomado su discurso reivindicativo (puede que no lo haya abandonado) y lo ha abierto a un espectro de público mucho mayor. Ambas películas comparten una visión pesimista del futuro, así como del comportamiento solidario de la sociedad y se centran en retratar los diferentes conflictos sociales antes que seguir fielmente los esquemas de un film sci-fi convencional donde predomina la aventura. Incluso a un nivel más visual el director sudafricano no puede evitar teñir la imagen con la misma aspereza, reflejando la dureza del mundo.

 

Y si aquella quería hacer una metáfora sobre el Apartheid y denunciar el desamparo de los refugiados, en Elysium el conflicto de clases se materializa en la demanda de una sanidad gratuita para todos. En un momento en que EEUU no quiere saber nada de la esperanzadora reforma sanitaria de Obama, y en España se suceden las privatizaciones, esta película plantea el miedo y la impotencia por no poder acceder a una asistencia médica de calidad. Una situación que lleva a Max (Matt Damon) a hacer lo impensable y lo imposible. Al igual que Sharlto Copley en District 9, Damon no es un héroe. En absoluto. Es un hombre movido por su instinto de supervivencia y su propio beneficio, no quiere sacrificarse por los demás. Las circunstancias, claro, hacen que recapacite y actúe con heroísmo, pero lo importante es que su comportamiento durante gran parte del metraje es coherente con el discurso que persigue Elysium. Bien es cierto que, por culpa de las concesiones que ha tenido que hacer Neil Blomkamp para levantar el proyecto, la adrenalina y el riesgo que parece tomar la cinta se reduce de forma considerable en el último tramo, más afín a los cánones del blockbuster hollywoodiense que llevan a su protagonista a redimirse, alzándose como un verdadero héroe que devuelve la fe al mundo.

 

Matt Damon en Elysium

 

Un protagonista, Matt Damon, que aún haciendo un trabajo correcto, queda ensombrecido tanto por defectos propios (apreciables en su V.O.) como por la fantástica labor de algunos de sus compañeros. Sobre lo primero surge una duda, ya que si se supone que desde crío habla con soltura inglés y castellano, ¿por qué su español es peor de adulto que de niño? Un asunto sin explicación, como la elección de Wagner Moura y Alice Braga (quien ya combatió por conseguir beneficios médicos en Repo Men [Miguel Sapochnik, 2010]). Sin desmerecer su trabajo, ¿qué necesidad hay de contratar intérpretes brasileños cuando los actores hispanohablantes (teniendo en cuenta que son estos la nueva mayoría en esta futura Los Ángeles) no escasean precisamente? El ejemplo más claro está en el mexicano Diego Luna, mejor amigo de Damon en el film.

 

En cuanto al segundo aspecto, siendo un reparto cumplidor en todo momento, ante una inteligentísima Jodie Foster eligiendo sus papeles y un Sharlto Copley inmenso, cualquier actuación que no raye el sobresaliente nunca va a parecer digna. Así que si no se es fan del género, las historias con trasfondo social no interesan o todo lo que huela a negocio amasa-taquillas provoca sarpullido, Sharlto Copley y Jodie Foster son dos excelentes razones para olvidar los prejuicios.

 

Acerca de Daniel Lobato

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El padre de todos, pero como a Odín, se me suben constantemente a las barbas. Periodista de vocación cinéfila empecé en deportes (que tiene mucho de película) y ahora dejo semillitas en distintos medios online hablando de cine y cómics. También foteo de cuando en cuando y preparo proyectos audiovisuales.

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