Jimmy’s Hall: Queremos bailar

Ken Loach no abandona su espíritu activista. Vuelve, y supuestamente culmina su obra con una biografía procedente de Irlanda. Si en El viento que agita la cebada hablaba sobre la lucha contra Gran Bretaña por su independencia, ahora viaja una década más adelante, a los años treinta para hablar sobre una figura poco conocida por el gran público: se trata de James Gralton, un líder comunista que tras una década en la tierra de las oportunidades vuelve a su añorada -y aun conservador- patria, donde monta un centro comunitario, el hall al que se refiere el título. Este espacio está dirigido para actividades culturales en grupo, e imperará el baile por las noches. Claro está que los caciques de la comarca y la Iglesia no verán esta iniciativa popular con buenos ojos: apunta a una amenaza al orden que se ha conseguido establecer entre los feligreses de la región.

El afán reivindicativo del cineasta se presenta en Jimmy’s hall como una denuncia a la intolerancia, en este caso la de la Iglesia, que es el bando malo; Loach sigue en su línea de los bandos enfrentados. El hall, que unos lo ven como una coacción comunista al orden establecido, simboliza la libertad, la alegría que el pueblo merece tras los años de conflictos armados. Bailes donde se encontrará la alegría, la amistad, las sonrisas, y sentimientos del pasado. Pero por temor otros lo impedirán, porque al enemigo hay que tenerle bajo control.

Imagen de Jimmy's Hall

Los títulos de crédito dan pistas de la trama, –el Nueva York de los años de crack del 29– la sitúan temporalmente pero no en el espacio, porque aquí el único que creuza el charco es Gralton, que regresa al verde país que le vio nacer.

Aquí hay un protagonista, James, al que Barry Ward le da la luz y carisma apropiada, pero el personaje no destaca por encima de los demás. Las acciones de ataque y contrataque a la autoridad son en grupo. Prevalecen las conversaciones o los mítines grupales –tan del gusto del inglés y de su guionista, Paul Laverty– por encima de la vida privada del irlandés; ésta se toca muy por encima, como la historia de amor que dejó hace diez años, de la que ahora quedan sentimientos reencontrados entre él y la que fue su amada, convertida en esposa y madre de dos niños.

Es fácil hallar aires en la cinta de Footloose (baile vedado por el clero). La prohibición se entremezcla con el estilo dogmático tan del inglés en una película de época, una de sus típicas opciones. Él está a favor de la clase obrera una vez más, explicando las posturas intolerantes de unos contra los deseos de liberación de otros.

Es una historia poco dibujada en lo que a personajes se refiere, cosa que no ha pasado con la puesta en escena. El director ha optado por la música en directo durante el rodaje, localizaciones reales y un elenco poco popular para lograr estilo realista en imagen. Gracias a ello, el espíritu comunitario que defiende la trama destaca también en su forma. La fotografía o la dirección artística, se centra en el enmarcar el espíritu colectivo, lo mismo que el guion, que apenas toca a los personajes de fondo, todo para que la denuncia quede bien esclarecida.

Loach mira atrás y no se pone tan serio como anteriores ocasiones. Su discurso didáctico se puede aplicar a la actualidad: reflejando las injusticias y el enfrentamiento al poder. Si éste es su último proyecto, como ha determinado, ha sido fiel a sí mismo.

Acerca de María Aller

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Madrileña. Comunicadora. Periodista. Sagitaria. Bonne Vivante. Cine. Y festivales, series, libros, cocina, deporte... recomiéndame!

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