Open Windows
Título Original: Open Windows
Director: Nacho Vigalondo
Guión: Nacho Vigalondo
Reparto: Elijah Wood, Sasha Grey, Neil Maskell, Adam Quintero, Daniel Pérez Prada, Jaime Olías, Carlos Areces
España – Francia – EEUU / 2014 / 100′
Productora: Apaches Entertainment / Atresmedia Cine / La Panda / Sayaka Producciones Audiovisuales / SpectreVision / Wild Bunch
Que si Impacto (Brian de Palma, 1981), que si La Ventana Indiscreta (Hitchcock, 1954), Blow-Up (Antonioni, 1966)… son muchos los títulos a los que acudimos la prensa especializada para hablar de Open Windows, tercer largometraje de Nacho Vigalondo que deconstruye el mito del voayeur convirtiendo al mismo espectador en cómplice y mirón de un thriller que…
Que si Impacto (Brian de Palma, 1981), que si La Ventana Indiscreta (Hitchcock, 1954), Blow-Up (Antonioni, 1966)… son muchos los títulos a los que acudimos la prensa especializada para hablar de Open Windows, tercer largometraje de Nacho Vigalondo que deconstruye el mito del voayeur convirtiendo al mismo espectador en cómplice y mirón de un thriller que fantasea con los peligros –llevados al extremo– que puede acarrear la transformación que la tecnología genera en nosotros.
La película ofrece una multiplicidad de juegos tanto para su director como para los espectadores, desde su delirante y metacinematográfico arranque –¿cuántos no estamos deseando disfrutar con una versión completa de Dark Sky?– al uso de unas fuertes restricciones formales para hacer una metáfora de Internet. Vigalondo genera para sí mismo a su propio Lars Von Trier y establece sus propias Cinco condiciones (Lars Von Trier y Jørgen Leth, 2003), estirando las posibilidades narrativas reduciendo las herramientas a su alcance. Esto deviene en una apuesta formal sorprendente e imaginativa para la que no se escatima en esfuerzo y soluciones, a priori, impensables.
Aunque lejos de ser una mera elección de discurso sin mayores pretensiones, el uso de la multicámara (y multiformato) o de un montaje sin cortes en el que el cineasta, a través de cámara, es quien va guiando al espectador, sirven para describir el funcionamiento de la red. Como en Internet, la película comienza «vomitando» un torrente de información capaz de sobrepasar a cualquiera. Hay muchos focos de interés y es complicado decidir en cuál centrarse ante el miedo de estar perdiéndose algo más interesante. Pero una vez nos adaptamos a su lenguaje –sin que disminuya el flujo de información– ya podemos dirimir qué es importante y qué no; hasta que llegamos a un tercer acto en el que, como en la red de redes en cierto punto, el volumen y la rapidez con la que aparecen contenidos es tanta y tan variada que parece que en cualquier momento algo va a explosionar y que cualquier cosa puede ser válida. Explosiones las hay –literalmente– y el desenlace (al que llegamos después de comprar unos cuantos giros argumentales) apunta en esta dirección, pero el peligro de perder a esa parte del público que no entienda o participe de este juego está muy presente.
A este respecto, una de las decisiones más arriesgadas e interesantes radica en el cambio de perspectiva al que asistimos sobrepasada la mitad de metraje. Durante gran parte de la trama seguimos a Nick Chambers (Elijah Wood), el voayeur accidentalmente involucrado en el conflicto, hasta que tras ciertas revelaciones pasamos al punto de vista de Chord (Neil Maskell), el villano de la función. Una estrategia que subraya el sentido de globalidad e inmediatez expuesto por Internet y la película.
A partir de un planteamiento muy básico: rescatar a la chica y derrotar al malo, Nacho Vigalondo construye varias capas de lectura. Entre ellas, una de las más evidentes es el juego de las apariencias que tanto le caracteriza. Ya lo vimos en Los Cronocrímenes (2007) y en Extraterrestre (2011) y aquí vuelve a explorar el tema. Ninguno de los personajes es quien aparenta ser y la propia historia esconde alguna que otra sorpresa. El mismo prólogo, presentándonos un –para nosotros– falso film de ciencia ficción remarca esta idea. No solo hablamos de esa apariencia que trasmitimos hacia los demás para esconder nuestro verdadero yo, sino de las apariencias que se crean los demás respecto a nuestros actos y por los que nos juzgan. La propia elección de Sasha Grey para el papel de una actriz (un trabajo que consiste en aparentar ser otras personas) más conocida por su desmanes personales que por su carrera profesional es indicativo de que todo en el film está conectado. Viendo a Jill Goddard y la situación que la rodea es fácil que nos vengan a la cabeza episodios como el de Kristen Stewart durante la promoción de Blancanieves y la leyenda del cazador (Rupert Sanders, 2012), vilipendiada por la prensa y los supuestos fans por un desliz con su director. O, sin ir más lejos, el de Vigalondo y sus bromas twitteras de 2011 malentendidas por algunos. Open Windows propone un continuo juego referencial en el que todo lo que sucede está pensado con alguna intencionalidad.
Resulta curioso, por otra parte, como –de una manera muy retorcida según el caso– los protagonistas actúan movidos por un sentimiento amoroso. Ya sea entendido como amor propio, una fantasía que se ha ido de las manos o ese cariño que surge en condiciones de una fuerte tensión. A su manera las intenciones de los personajes buscan el bien personal y el de las personas que les preocupan, por más que su manera de darles forma sea perniciosa.
Si bien exige al espectador que acepte todas sus propuestas y su desarrollo argumental se llega a estancar un poco en su segundo acto, Open Windows es una apuesta muy refrescante, plagada de intenciones que aseguran una larga vida capaz de soportar varios visionados sin perder un ápice de intención, gracias también a un muy trabajado sentido del ritmo que nos atrapa desde muy pronto y un apartado actoral en el que sobresale Neil Maskell. Mientras que Elijah Wood casi parece un eco de su rol en Grand Piano (Eugenio Mira, 2013) –la situación en la que se presenta el personaje es muy similar en ambas propuestas: un tipo que sin comerlo ni beberlo es víctima de un chantaje que puede costarle la vida a su «amada» o a él mismo–, Maskell engalana su actuación haciendo uso prácticamente solo de su voz, pues hasta bien entrados en el último tercio de la película no conseguimos verle el rostro. Y no hay que desmerecer la labor de Grey, mujer renacentista del s. XXI (actriz, Dj, escritora…) quien por mucho que nos empeñemos en citar únicamente su faceta como ex pornstar, se está granjeando una loable y ecléctica carrera en la que tan pronto trabaja a las órdenes de Soderbergh (The Girlfriend Experience, 2009), como participa en pequeñas producciones de género (veáse por ejemplo Would You Rather [David Guy Levy, 2012]). Vigalondo la expone sin caer en el morbo y marcando muy bien el tono de la película.
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