Dakota Johnson

’50 sombras de Grey’, vergüenza ajena

En el número 120 de la edición francesa de la revista Cahiers du Cinema allá por el año 1961, Jacques Rivette escribe una crítica titulada De la abyección en relación a la película Kapo de Gillo Pontecorvo estrenada ese mismo año en Francia. El título del texto, en sintonía con el propio contenido, hace referencia a cuanto tiene de humillante e inmoral un travelling concreto en el que la protagonista Emmanuelle Riva muere electrocutada en un campo de concentración. No tanto por la muerte en sí, que también, sino por cuanto tiene de impúdica la representación e iconicidad con que retrata el director dicha muerte y cuanto le rodea.

 

 

Esta crítica de 50 sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015) podría haberse titulado ‘De la abyección’ al igual que la de Rivette, por cuanto tiene esta película de inmoral y deshonesta. Pero resulta más rotundo hablar de vergüenza ajena. No por lo infantil e inofensivo de los diálogos (“la canción que más me gusta es tu risa”, “yo no hago el amor, yo follo duro”). Ni por los desdibujados personajes secundarios. Ni por lo tosco del guion en sus temas, evolución y desarrollo, en la línea de películas como Acosada (Phillip Noyce, 1993) o Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986). Ni por la ruinosa estructura que resulta repetitiva y fallida, probablemente debido a los problemas de adaptación que conlleva volcar un libro en dos horas de película, independientemente de lo sencillo que este sea.

 

Esta película resulta inmoral y abyecta por el modo de representación en sí. Por su puesta en escena y tono. Por cuanto pretende ser y no es. Por cuanto pretende mostrar y autocensura. Por el tema que trata y esconde no retratándolo plenamente. Por su fotografía y diseño, dirigido a un público masivo que es engañado mediante la espectacularidad, a través de un barniz de elegancia y lujo que hace cómplice al espectador de un caso de sumisión y maltrato, posicionándolo de una forma voyeurista e inmoral ante un acto que percibe en clave de fantasía, y por tanto, lo sitúa como objeto pasivo ante la crítica objetiva.

 

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La película finaliza con la toma de conciencia de la protagonista tras un último abuso físico de su pareja. Y es la puesta en escena de dicho abuso físico, por cuanto tiene de sensacionalista, lo que provoca asco. Por la irrealidad con que está representado dicho acto. Por el uso de la luz, el encuadre, la composición, la música, la cámara lenta o el primer plano de las lágrimas. Por lo irresponsable que resulta la desintelectualización de determinadas conductas, y lo insensato de crear arquetipos sociales de este estilo como ya ocurriera, por poner un ejemplo, con películas como Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) y su representación de la prostitución en el ideario colectivo.

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