«Bienvenido al mundo de los vivos muchacho«
Coger un relato inmortal de la literatura internacional, comprimirlo en unas 120 páginas y darle la apariencia de un cómic. El reto parece sencillo, al fin y al cabo otros lo han hecho antes y muchos más lo harán en el futuro, pero si no nos tomamos la empresa en serio o si sucumbimos a los demonios de las prisas o las presiones editoriales, la empresa puede naufragar de una manera brutal y dolorosa. Olivier Jouvray y Pierre Alary sabían bien esto cuando se embarcaron en la odisea de contar en viñetas la más famosa historia del hombre contra la bestia y contra lo desconocido: Moby Dick.
Ahora bien, una cosa es saberlo y otra bien distinta es capear la tempestad de obstáculos hasta ver el cómic publicado y en las estanterías sin que nuestro bote termine con un par de velas rotas y el mástil crujiendo de manera preocupante. El guionista de Lincoln y el dibujante de Silas Corey logran llegar a puerto con una obra que, aunque no es perfecta, tiene varios méritos (visibles y ocultos) que no pasan desapercibidos a los ojos de este pescador de historias. Pero, como diría el Destripador, será mejor que vayamos por partes.
«Ah, querido amigo, crucemos nuestros huesos, brazo contra pierna«
La ventaja con que parte cualquier adaptación de una novela de éxito (sea ésta El Juego de Ender o El Corazón de las Tinieblas) es que la potencia de la historia está garantizada. Es imposible no verse atraído de una manera casi mágica por los ambientes y los personajes que creó Herman Melville entre 1849 y 1851. El capitán Ahab hace gala de uno de esos caracteres magnéticos con que la literatura universal a veces nos regala: a veces loco, a veces cuerdo, pero siempre grandilocuente y elevado por encima de los simples mortales que lo rodean (como una suerte de conde Drácula del mar), Ahab cautiva nuestras miradas desde la primera vez que lo oímos caminar sobre la cubierta del Pequod y hasta que asistimos a su enfrentamiento definitivo contra la gigantesca ballena blanca que da nombre a esta obra. Por su parte, Ismael (en principio simple narrador de los hechos) nos muestra el doble viaje de un alma torturada en busca de respuestas que den sentido a su vida y enseñanzas que le permitan aprender y elevarse antes de emprender el viaje final.
El problema del proyecto de este dúo francés es que da por sentado que el lector ha pasado previamente por la novela de Melville y, a intervalos regulares, da unos saltos de escándalo entre escenas sin hacer el más mínimo esfuerzo por explicarse. Esto, por supuesto, se traduce en un cómic de un número más reducido de páginas, más manejable (más barato) y más atractivo para quienes buscan completar una biblioteca de novelas gráficas alejadas del superhéroe americano, pero esta victoria se logra a costa de sacrificar gran parte del atractivo primordial de la historia, de la cual estos saltos logran sacarnos cada dos por tres. Este fracaso es completamente achacable al guión de Jouvray, que parece tener demasiada prisa por contarnos una historia que merece la pena degustar poco a poco, sorbo a sorbo, en lugar de a la carrera.
Del estilo de Pierre Alary, sin embargo, poco se puede objetar. A modo de bocetos que se han coloreado sin terminar de borrar las líneas maestras, las alucinantes ilustraciones que guarda este álbum en su interior lo convierten en una suerte de story-board nunca utilizado que bien podría haber sido la base para el paso por la factoría Disney de antaño de esta fabulosa historia de hombres atormentados y bestias de las profundidades del océano.
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