El Hombre de Acero

El Hombre de Acero: Entre lo divino y lo mundano

Vistos los precedentes (la saga de El Caballero Oscuro y Linterna Verde), de la nueva incursión de Warner en terrenos superheroicos podría esperarse una obra magna o un anabolizado directo a video. Al final, ni una cosa ni la otra –lo que hasta cierto punto no se sabe si es incluso peor–, pues El Hombre de Acero no logra encontrar un tono o una identidad. Hijo de una madre muy promiscua, este Superman no sabe quien es su padre. El fastuoso trío conformado por los Nolan, Snyder y Goyer parecen haber mantenido una encarnizada batalla por imponer sus respectivos criterios en esta monstruosidad visual con poco empaque narrativo.

 

Tras conocer un planeta Krypton sacado de una visión retrofuturista del hogar de los Naʼvi (sí, los tipos azules de Avatar) en un prólogo con el claro sello Zack Snyder, la película entra en un debate interno sobre qué rumbo tomar: el trascendentalismo y grandilocuencia del Nolan de los últimos años y la esclavitud visual –y de acción– a la que somete Snyder a sus historias. Sin renunciar, en ningún caso, a la épica y al sentido del entretenimiento. Porque, a fin de cuentas, El Hombre de Acero no deja de ser un blockbuster veraniego más para lo bueno (diversión y venta de palomitas aseguradas) y lo malo (falta alarmante de profundidad).

 

Henry Cavill en El Hombre de Acero

 

David S. Goyer sabe coger, de forma muy inteligente, elementos de algunos de los cómics clave del superhéroe de los últimos años (la influencia de Tierra Uno de Stracinsky es notable por ejemplo en la presentación de Zod a los terrícolas o la actitud taciturna de Clark) y los reformula para generar un interesante universo propio. Destaca sobre todo la excelente narración en flashback de la niñez de Superman y la relación que mantiene con sus padres adoptivos. Es en estas (escasas) fases de la película en las que más se profundiza en el personaje de este mesías alienígena. Y es que a Superman siempre –o casi– le ha acompañado un halo divino, paternalista y protector hacia nosotros, simples humanos. Conocedor de nuestras debilidades, suele erigirse en salvador y encarnación de los ideales y esperanzas occidentales. Ahora bien, cuando se enfatiza que el personaje tiene 33 años; le regalan un plano en el que, flotando, extiende los brazos formando una cruz; y su padre, al enviarlo a nuestro mundo, le dice literalmente «le darás a los habitantes de la Tierra un ideal por el que luchar. Se apresurarán a seguirte, tropezarán, caerán. Pero al final, se unirán a ti en el Sol. Al final, les ayudarás a lograr grandes gestas«, ya entramos en terrenos farragosos.

 

Por el contrario, la idea acerca de la posible reacción de la gente ante la existencia de un ser como Kal-El entre nosotros resulta de los más interesante. ¿Desataría el pánico y se vería una amenaza? ¿O estaríamos preparados para aceptarlo sin más? En todo momento las preguntas están sobre la mesa y a través de «personajes» como los militares o los medios y –sobre todo– las conversaciones entre Clark y su padre adoptivo intentan dar respuesta a las mismas.

 

Así, es normal que uno de los personajes que atrape nuestra atención sea Jonathan Kent (Kevin Costner), ya que a través de su relación con el joven Clark se nos van planteando la mayor parte de los asuntos a los que hace referencia el film y los problemas identitarios a los que tiene que enfrentarse su hijo. Porque, al final, esta no deja de ser una película introductoria, de presentación del héroe. Y he ahí uno de sus mayores defectos: tiene tanta consciencia de su carácter transitorio hacia la consecución de una franquicia que no es capaz de aportar gran cosa al espectador. Es una película circunstancial, como tantas que nos visitan todos los veranos y que olvidamos a los pocos meses.

 

Michael Shannon en El Hombre de Acero

 

No ayuda su inexistente sentido del humor (la épica y la seriedad se lo come todo), un 3D intrascendente y una realización que ha cambiado la ralentización de las imágenes por un abusivo zoom digital. El interminable enfrentamiento final entre Zod (interpretado por un siempre eficaz Michael Shannon, de lo mejor del film) y Superman termina por desquiciar un poco al espectador, que al final no sabe si está viendo El Hombre de Acero o jugando a la consola.

 

En cuanto a Henry Cavill y la gran pregunta… su guapura es indiscutible y su físico imponente, eso está fuera de toda duda; tiene un porte que casa a la perfección con el personaje. Cavill es Superman, y eso es algo puede afirmar con la cabeza bien alta (algo que Nicholas Cage nunca podrá decir). Ahora bien, tendría que empezar a replantearse cambiar de profesor de interpretación. Parece que ha estudiado en la misma escuela que Ben Affleck o Derek Zoolander. ¿Y Lois Lane? Amy Adams lo intenta y le pone ganas, pero no puede evitar quedar como un florero que se enamora con una facilidad pasmosa. El resto de secundarios: Laurence Fishburne, Diane Lane, Antje Traue, Christopher Meloni… cumple con creces.

 

El Hombre de Acero es un título de muchas contradicciones, con muchos puntos negativos (como el afán de protagonismo de Russell Crowe) y otros tantos positivos (la resolución de la pelea entre los antagonistas, que «rompe» la épica y devuelve al héroe al sucio mundo al que pertenecemos), que se queda en un quiero y no puedo. Tal vez esté esperando a las futuras secuelas para encontrarse a sí mismo y explotar todo su potencial. La pregunta es si tendremos paciencia y si sus padres le dejan volar libre.

 

Acerca de Daniel Lobato

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El padre de todos, pero como a Odín, se me suben constantemente a las barbas. Periodista de vocación cinéfila empecé en deportes (que tiene mucho de película) y ahora dejo semillitas en distintos medios online hablando de cine y cómics. También foteo de cuando en cuando y preparo proyectos audiovisuales.

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