Menuda maravilla. Empezamos el año con una de las mayores sorpresas que nos dejó la recta final de 2024. Publicado a finales de noviembre por Panini Manga, Sumiko Arai nos propone una bonita historia romántica entre dos chicas unidas por su pasión por la música.
«La vida sigue… con amor y con desamor«
El amor (propio y el dirigido hacia otras personas) y la melomanía (con atención especial hacia el indie-rock de los 90 y 2000) son las notas dominantes de una obra que inevitablemente nos lleva a rememorar aquella Alta fidelidad protagonizada por John Cusack hace ya 25 años. Sí, la banda sonora del manga de Arai es toda una llamada a quienes nos hicimos mayores durante el cambio de siglo y también la última generación que disfrutó -de manera generalizada- de perderse en tiendas de discos buscando el último disco de Beck o The Strokes al tiempo que charlaba con el dependiente en busca de esa joya oculta aún por descubrir. Aún dirigida a la generación Z, El chico que me gusta no es un chico, tiene esa magia de trasladarnos a tiempos más felices y, como Joe (el tío de Mitsuki), reconectar con dicha juventud. Es una pena que el manga no incluya una playlist con los temas referenciados a lo largo de la lectura, que son unos cuantos ¡y muy buenos!
La historia, como bien indica el título, arranca con un malentendido. Aya entra un día en una tienda de discos y queda prendada de su enigmático dependiente, todo de negro y cara cubierta con una mascarilla. Lo que no sabe es que dicho dependiente es su compañera de clase Mitsuki, quien fruto de la vergüenza (y un punto de dejadez, no nos engañemos) no encuentra el momento de sacar a Aya de su error. La consecuencia, esperable, es que los sentimientos entre ambas se acentúan al tiempo que el enredo se va volviendo insostenible.
«Usaremos la playlist en la ceremonia…»
Grosso modo este es el argumento del primer volumen de El chico que me gusta no es un chico, que tiene en el desarrollo de sus dos protagonistas uno de sus mayores atractivos. El florecimiento de los sentimientos no declarados van de la mano del inicio de su proceso de maduración -no en vano, están en plena adolescencia, momento en el que forjamos nuestra identidad. Los sinsabores del instituto y la transformación de las amistades van creando el escenario que llevará a Mitsuki y Aya a ponerse frente al espejo y decidir quiénes quieren ser. Porque el manga de Sumiko Arai no pretende ser solo una comedia romántica, sino que la autoestima y aceptación personal es una parte muy importante de su discurso. Si bien las protagonistas no parecen tener ningún trauma profundo o lacrimógeno, están en ese momento en el que deben decidir si escucharse a sí mismas o esconderse y seguir los dictados que marque su contexto.
A unos personajes encantadores (el reparto secundario, aún por ser explotado, presenta un gran potencial) y un argumento con más aristas de lo que su premisa podría dejar entrever, se suma una edición estupenda por parte de Panini: tapa blanda con sobrecubierta, tamaño kanzenban e imprimido en tres colores (verde, negro y blanco) ¿en una evidente alusión al tritono musical? Igual es hilar muy fino, pero no me negaréis que sería un guiño que redondearía aún más la propuesta.
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