Analizamos el tercer volumen de Saga, la genial obra de Brian K. Vaughan y Fionna Staples.
Llegados al tercer volumen de la serie solo cabe una disputa: ¿Saga es simplemente buena o es jodidamente buena? Un concepto tan simple como poderoso, la familia; unos carismáticos protagonistas oteando siempre los grises; una sólida trama central que se permite emular a la realidad invocando temas de rabiosa actualidad y que tan pronto bebe del thriller periodístico como del drama romántico en un cóctel que sin perder su base aventurera se nutre de cualquier género; y un riquísimo universo cuya máxima es «si se puede imaginar, se puede crear». Todo es posible en una obra que va camino de convertirse en un clásico del noveno arte. Saga está, a día de hoy, un peldaño por encima del resto.
El tercer volumen de esta space opera de Brian K. Vaughan y Fionna Staples muestra una salud envidiable. La historia mantiene un interés ascendente, integrando nuevos personajes que enriquecen el mundo que han ido tejiendo a lo largo de casi una veintena de capítulos. El tempo es más pausado que el anterior libro, pero igualmente absorbente. Vaughan elabora un gran flashback que ocupa más de la mitad del tomo en el que profundiza en los personajes y sus relaciones, prestando una especial atención a La Voluntad y Gwendolyn, la pareja de perseguidores de los amantes protagonistas. Una pareja que de forma tan natural como atípica empieza a conformar otra familia junto a la pequeña Sophie (la esclava liberada) y la gata de la mentira, fiel compañera de La Voluntad. El guionista se molesta en subrayar siempre que puede el eje central de Saga, la familia.
El gran paréntesis ante el que nos encontramos al abrir el libro narra la semana que transcurre entre que Alana y Marko se refugian en el planeta Quietus, en la casa del escritor Oswalt Heist (cuya subversiva obra les ha inspirado y les ha puesto en la lista de los más buscados), y el enfrentamiento de este con el Príncipe Robot IV (punto en el que nos quedamos al final del volumen anterior). Este impasse no supone ningún problema para la narración. Al contrario, configura una nueva perspectiva frente a los acontecimientos que se han de producir logrando un mayor grado de identificación con los protagonistas. Se llega a un punto en el que es imposible no empatizar con los personajes y sus dificultades afectan de forma más íntima al lector. Hasta quienes de primeras pueden resultar más estereotipados o más rígidos en sus comportamientos, revelan un abanico de grises que relativizan sus dudosas intenciones respecto a la desventurada familia protagonista.
Que la historia no se resiente y que continúa avanzando a pesar de los bandazos en el tiempo que da el relato lo demuestra la aparición de nuevos actores, entre los que destacan Upsher y Doff, una pareja de periodistas que están investigando el «secuestro» de Alana. Dos reporteros a la caza de una noticia cuyas implicaciones, si sale a la luz, pueden tener consecuencias imprevisibles. Una trama con tintes de thriller periodístico / político que combina de maravilla con la historia central, aportando interesantes lecturas a la misma.
En cuanto al trabajo de Fiona Staples, qué decir que no se haya dicho ya; los parones en la producción de la serie (cada seis números publicados, la dupla autoral se toma un descanso) aseguran un grado de implicación que se transmite en cada trazo y frase de guion para que el nivel no decrezca. Estos «descansos» provocan, por otra parte, que la edición española esté casi a la par con la edición original americana, con la satisfacción que supone eso para el lector, liberado de la tentación de los spoilers.
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