Dentro de su excesiva cantidad de películas, el Festival de Toronto ha programado dos títulos muy diferentes pero con auténticas similitudes temáticas: The Florida Project y Lean on Pete. Ambas obras, presentadas en Cannes y Venecia respectivamente, reflejan la parte más oscura de los anhelados Estados Unidos y, lo interesante, es la forma que tienen de hacerlo: la primera de ellas desde un falso optimismo y una fantasía infantil y, la segunda, mostrando la parte más oscura de la niñez que nace por puro instinto de supervivencia.
The Florida Project es la jovial historia de una niña que vive en un motel de carretera en Florida y mientras su madre soltera lucha por sobrevivir, ella se divierte y sueña con unas improbables posibilidades de futuro. Sean Baker consigue un relato ligero y a ratos divertido gracias al desparpajo de su protagonista, quién evita que veamos directamente todo el dolor que oculta la historia; en cambio, la película de Andrew Haigh es un relato mucho más sobrio, oscuro y transparente, Lean on Pete es la historia de un adolescente que, abandonado por su padre, pelea por sobrevivir y llegar así a casa de su tía. Lo mejor que tiene esta película es que el director sabe derribar el tópico Sundance, en el que habría caído cualquier director americano, para hacer una película plenamente europea y de un realismo aplastante.
Ambas películas hablan de un tema muy machacado pero que, si se lleva bien, puede seguir resultando interesante, las dos obras tienen en común que sus protagonistas buscan alcanzar algo: la niña de The Florida Project es llegar a ver el castillo de Walt Disney World y el chaval de Lean on Pete una estabilidad familiar y emocional. Al final, ambos anhelos son semejantes, anhelos que están adaptados a las circunstancias de cada uno y al estilo impuesto por el director: en el caso de Baker, ese castillo será el culmen de todo el preciosismo de su película, mientras que Haigh vacía la pantalla de elementos arquitéctonicos y enfrenta a su protagonista a la soledad de la naturaleza que compartirá con un caballo, irónicamente, robado, un símbolo más de esta falta del yo y de identidad cultural de ambos personajes. En las dos películas hay un momento de explosión dramática que hará que espectador y protagonista se den cuenta de lo inalcanzables que son sus inquietudes (cada uno en su medida y según su contexto). Formalmente son películas radicalmente distintas porque mientras que The Florida Project juega con el montaje, los colores y la música; Lean on Pete es una película sosegada donde predomina el plano fijo con sutiles paneos y delicados zooms que pretenden reflejar la soledad y el tedio vital de su personaje principal.
Para entender aún más esta frustración social, contexto vital y consecuencias culturales podemos recurrir a una tercera película: American Honey (Andrea Arnold, 2016), que contaba la historia de una joven en busca de su destino y su particular sueño americano, tras unirse a un grupo que vende revistas por el oeste del país. Al ser de mayor edad, su protagonista no pretende alcanzar una estabilidad familiar, más bien, tras sentirse rechaza en su entorno fraternal e intentar hallar un apoyo postizo a nivel económico y sentimental. Andrea Arnold llenaba su película de ritos para mostrar como el hombre no ha podido desprenderse de su pasado espiritual y todavía es un nómada en busca de la identidad propia, la edad del personaje de esta cinta permite a la directora explorar esta búsqueda del yo a través de la sexualidad, el hip-hop y la idea de una nómada asociación tribal con una inquietud común.
Hay una casual relación entre los principales de las películas de Baker y Haigh y cualquiera de los individuos que completan la tribu de American Honey y, es que, la niña y el adolescente protagonistas de The Florida Project y Lean on Pete están irremediablemente destinados a acabar en la caravana sin rumbo de la cinta de Andrea Arnold; la consecuencia de una infancia y adolescencia infeliz es refugiarse con personas de circunstancias similares para así encontrar juntos ese ansiado yo y forjarse una identidad no sólo como persona si no como cultura.
De forma cronológica y azarosa, las tres películas muestran la madurez de tres individuos diferentes pero con múltiples similitudes sociales cuyo destino es vagar sin rumbo por un país retrógado y moralmente extinto. La incomprensión, la soledad o la apertura de la sexualidad caracterizan a toda una nueva generación que poco a poco va levantando su voz pese a no encontrar su espacio y, aunque las circunstancias que rodean a estos personajes son extremas, las inquietudes existenciales en las que derivarán sus vidas caracterizan todo el vacío emocional de una generación que, tras haber matado a Dios, necesita erguirse de cero y encontrar sus mitos y entidades comunes.
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