La secuencia de apertura de Tully muestra a Charlize Theron (que vive la fase final de su tercer embarazo) cepillando el cuerpo de su hijo pequeño como si de un caballo se tratase. Es una imagen muy bella, tierna y fraternal que, filmada con luz natural (de las pocas veces que se utiliza en la película) que presenta muy bien a su protagonista; una madre de familia que adora a sus hijos y su marido pero cuyo tercer embarazo la acabará superando y por ello recurrirá a una niñera que se encargue del bebé exclusivamente durante la noche, la admiración por el trabajo de la joven cuidadora hará que comiencen una intensa relación de amistad.

A los mandos de Tully está Jason Retiman que pese a empezar su carrera con éxitos como Gracias por fumar o Juno y una vez consolidado hizo obras tan afamadas como Up in the Air o Young Adult tuvo un bache con Hombres, mujeres y niños que la crítica destrozó y el debut de esta Tully tendría lugar en forma de proyección sorpresa el pasado Festival de Sundance en lugar de en otro espacio como Venecia o Toronto. Reitman ha vuelto con mucha fuerza, con un grandísimo y femenino trabajo escrito por Diablo Cody (Young Adult y Juno), quizás en manos de una mujer con la experiencia de la protagonista la película hubiese tenido una forma mucho más sórdida y dramática pero ello no significa que Reitman no sepa defender el trabajo de Cody.

Tully es un valiente estudio de los extremos a los que puede llegar la depresión postparto y el maravilloso guión no se anda con rodeos y refleja temas como la ansiedad, los antojos, el descontento con el cuerpo, el deseo sexual o la falta de sueño. Reitman, consciente de la dureza del asunto, encierra al personaje de Theron consigo misma y por ello sitúa una gran parte de las escenas en el hogar familiar, cobrando especial relevancia las noches en el salón de su donde convive con la niñera y su bebé; sin olvidar a sus dos otros hijos, se construye una pequeña subtrama en torno a su segundo hijo quien tiene que ser trasladado de colegio por sus problemas de conducta social y ataques de pánico. Con este personaje, Cody y Reitman hablan de la necesidad del amor fraternal y, ojo, nunca culpan a la protagonista de nada, pero si es una forma de reflejar lo desbordada que está y el poco apoyo que tiene.

La exitosa fórmula de la cinta es encontrar el equilibrio perfecto entre la comedia y el drama creando unos momentos extremadamente negros en los que puede dar apuro hasta sonreírse pero que aligeran la dureza del drama femenino. El punto fuerte de toda esta dramedia es Theron quien se sometió a un fortísimo cambio físico que acabó conduciéndola a la depresión. Su interpretación es dolorosamente sincera y está construida a través de posturas corporales, su voz y sus ojos que dejan entrever ese hastío exclusivamente femenino sobre el que gira la película y poco a poco deja ver como el hartazgo se transforma en enfermedad.

Tully es una triste y preciosa reflexión sobre la mujer, una película que muestra algo a lo que muchas veces se hace oídos sordos y que pocas veces se le da la importancia que se merece. El cine siempre tiende a mostrar el lado bonito u oscuro de las relaciones materno filiales, pero nunca se suele poner en la piel de una mujer y el shock que suponen todos los cambios físicos y emocionales. Es un trabajo emocionalmente demoledor pero que en su extraño tono encuentra la forma de acercarse a todo tipo de espectador, probablemente sea una película destinada al olvido pero eso no significa que no estemos ante un trabajo mayor de una de las voces más relevantes del cine independiente norteamericano de los 2000.