El director Mamoru Hosoda que empezó trabajando en animes tan míticos como One Piece o Digimon se ha ido ganando poco a poco un hueco en el cine de animación de autor hasta el punto de conseguir entrar en grandes festivales como Berlín (Summer Wars), San Sebastián (El niño y la bestia) o Cannes con este último trabajo, Mirai, mi hermana pequeña. En esta ocasión, se cuenta la historia de Kun, un niño que tras el nacimiento de su hermana desarrollará el síndrome del príncipe destronado que hará que la odie de forma desorbitada; en el propio jardín de su casa se aparecerá alguien desde otro tiempo que le enseñará la importancia de la familia.
Al igual que en sus anteriores trabajos, Hosoda plantea una historia realistas con personajes y conflictos humanos en los que introduce la fantasía creando una nueva realidad. Esto no es algo que invente Hosoda es más bien un factor común en la cultura japonesa y al sintonismo que atribuye espiritualidad a todos los elementos y objetos. Es por ello que todo su cine juega entremezclando estos elementos con naturalidad y de forma orgánica.
El problema de Hosoda es que quizás es demasiado japonés, eso o que sus películas se le descontrolan muy rápido y en esta vuelve a suceder. Cuando ya sabemos la conclusión, cuando ya está claro lo que nos ha pretendido contar, el director extiende el clímax durante larguísimos 20 minutos en los que todo gira sobre la misma idea y la idea general queda más que subrayada entre tornados de color y los griterios de sus personajes, pareciendo más un ejercicio de estilo que otra cosa.
Por otra parte, y siendo quizás un poco controvertido, el diseño de personajes de Hosoda resulta desagradable. Salvo Mirai, todos los personajes tienen rasgos marcados de forma esperpéntica y exagerada, faces y rostros desdibujados por sus exagerados rasgos que hace que no generen ninguna empatía o agrado y no es cuestión de querer generar algún tipo de sentimiento en concreto para este trabajo porque todas sus películas son así.
La combinación de lo fantástico y lo real es demasiado irregular, los saltos de un mundo a otro se acaban dando de forma casi aleatoria, no hay unas reglas dentro de la propia ficción y eso hace que uno tenga la sensación de que la historia ha sido escrita sobre la marcha.
Puede que sea una cuestión personal, quizás cultural, pero el cine de Hosoda parece que siempre se queda a medio gas. Tiene muy buenos planteamientos, lugares interesantes a los que quiere llegar pero es incapaz de centrarse y sus obras acaban siendo demasiado dispersas. Los diez primeros minutos de Mirai, mi hermana pequeña parecían ser la excepción a la regla, pero no, apareció otra vez un mundo de fantasía de la nada, mundo en el que se pierde Hosoda y su propia película.
Deja un comentario: