La casa junto al mar

La casa junto al mar: Ideas sin nexo

La historia de un reencuentro familiar en una villa de Marsella junto a un padre terminal es el punto de partida de la nueva película del veterano Robert Guédiguian. Los conflictos planteados son propios de la burguesía: herencias, relaciones de poder… que se combinarán con el tema de la inmigración ilegal que comparte toda Europa.
El planteamiento puede ser interesante, la visión burguesa de la propia burguesía (valga la redundacia) es algo a lo que nos tiene bastante acostumbrados Michael Haneke quien encuentra en estos entornos la violencia y la parte más turbia del ser humano. Guediguian encuentra la miseria, pero no necesita la violencia o golpes de efecto para ello. La acción se desarrolla plenamente a base de diálogos y lo que podría parecer un idílico descanso se va enturbiando cuando aparecen rencores y se abren heridas del pasado. Todos están junto a su moribundo padre y quieren ser como les ha educado él pero han cambiado, sus vidas han tomado rumbos diferentes y han desarrollado ideas distintas lo que se notará en sus conversaciones. Hasta aquí todo relativamente bien y aunque pueda interesar en mayor o menor medida, el problema llega cuando introduce la cuestión social que provoca que la película pierda el norte.

 

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Sin venir a cuento un grupo de soldados rodean la ciudad y uno de color se dirige a la casa de esta familia para informarles de que avisen en caso de ver inmigrantes, la reacción solidaria de la familia deriva en el militar echándoles en cara que trabaja para ellos mientras que no mueven un dedo; esto se produce en forma de un lamentable soliloquio que ya avecina el desmadre que será lo que queda de película.

 

Guediguian pretende que creamos que este conflicto social está afectando más a esta familia y a partir de este momento los comportamientos de sus personajes serán más misantrópos y exagerados hasta que en cierto momento se encuentran con estos inmigrantes y la película pierde el norte totalmente .Ni el propio Guediguian sabe que está contando en la segunda hora de película: todo es un batiburrillo de ideas, absurdas idas y venidas de personajes, superficiales reflexiones y una burda crítica social que provoca risa si se piensa en el estatus social de su director.

 

Hay ciertas similitudes entre La casa junto al mar y Happy End, la última obra de Michael Haneke, ambas contrastan burguesía y crisis de refugiados y ambas no saben muy bien que es lo que están contando. Las ideas son difusas, no hay un tema central, solo un banal compedio de hipócritas críticas sin ningún respeto a temas muy serios. Es una película acomodada que mira desde arriba sin implicarse un mínimo en ninguno de los dramas que plantea.

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Cine, arte y tebeos. Amarás el musical sobre todas las cosas. John Cameron Mitchel es mi dios. Si quieres encontrarme, busca en mi habitación. Si no, en cualquier rincón de Madrid.

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