Dos son las conclusiones que se sacan tras el visionado de La vida de Adèle: Abdellatif Kechiche tuvo algún trauma infantil que le hace sentir auténtico pavor a las tijeras, y que tres horas son pocas para deleitarnos con las interpretaciones de Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux. Una película de contrastes y contradicciones.
Esta no es una película que hable sobre la tolerancia ni la libertad sexual. Hay lesbianas pero no lesbianismo. Kechiche y su coguionista, Ghalia Lacroix, apuntan algún tema al respecto –como el hipócrita comportamiento de los compañeros de instituto de Adèle, que aceptan sin fisuras la homosexualidad masculina y ven con malos ojos la femenina–, pero no profundiza en ellos. Pasan de largo, no les interesa marcar ningún tono reivindicativo. Lo que les mueve, de lo que habla la cinta, es del amor, de cómo siente Adèle el amor. Recorremos con ella prematuras experiencias y nos sumergimos en su primera gran historia, en esa relación que la marcará de por vida. Al mismo tiempo, La Vida de Adèle se puede enmarcar fácilmente dentro del género coming-of-age, centrado en el crecimiento personal del protagonista, generalmente desde su juventud hasta que alcanza la edad adulta. El film es, pues, un viaje de descubrimientos y maduración con una protagonista que destaca por su valentía.
Con una estructura narrativa bastante simple, la fuerza que desprende la propuesta del cineasta tunecino radica en el impresionante trabajo de sus actrices protagonistas. Una labor actoral enfatizada con una dirección basada en los primeros planos (a menudo en movimiento), obsesionada con captar la emoción, a veces descarnada, de sus personajes. También, por ejemplo, en el uso de la música. Esta forma parte de lo narrado (música diegética), no hay una banda sonora que sirva de guía al espectador. La música que escuchamos es la música que acompaña a los protagonistas. El objetivo del director es sencillo: no distraer la atención de sus actrices. Ellas son la película. Y para ello no duda en sobreexponerlas al espectador.
Una decisión por la que debemos estar agradecidos, pues nos permite disfrutar de una Adèle Exarchopoulos que confiere un enorme significado a nimiedades como hacerse y deshacerse el moño o a un llanto desgarrado que parece desnudar su alma. O una Léa Seydoux que imprime un halo de misterio y una seguridad en sí misma a Emma que no solo justifica la «adicción» de Adèle hacia ella, sino que provoca ese mismo sentimiento en nosotros. Dos intensas actuaciones que son las que dan vida y levantan la película.
Pero claro, esta obsesión de Abdellatif Kechiche por captar la naturalidad y plasmar el realismo en pantalla se termina convirtiendo en una trampa. La edición quiere dejar respirar tanto las escenas que estas se alargan en exceso, lastrando mucho el ritmo de la narración. Un aspecto que se aprecia especialmente en las escenas en que Adèle pasea por la calle (ya sea mostrando su abatimiento y soledad tras algún desencuentro o transmitiendo su vitalidad en una de las manifestaciones en las que toma parte) o en la interminable secuencia en la que las amantes desatan sus pasiones. Esta última resulta interesante porque, a nivel formal, obliga al director a romper con el tratamiento visual que sigue hasta ese momento y con el que vuelve después para no dejar de transmitir las mismas ideas. Para mantener su discurso realista y de cotidianeidad, durante todo el metraje –como decía– hace hincapié en unos planos cerrados que parecen lamer a los personajes, pero aquí ha de alejar la cámara y mostrarlo todo.
La jugada sin embargo no termina de salirle bien y traiciona –es presumible que de forma inconsciente– esa obsesión por «ser auténtico». Tanto el encuentro sexual entre las protagonistas como la fiesta en la que se reflexiona sobre el orgasmo femenino ofrecen una imagen distorsionada de la feminidad, elevada e incluso poetizada de la misma, yendo en contra de un discurso que por lo general muestra bastante desinterés por el género para centrarse en la emoción.
En términos generales La vida de Adèle es un título que no puede faltar en ningún listado de «películas pendientes de ver». Yendo a sabiendas de que exige un esfuerzo por parte del espectador, si se entra en la propuesta es imposible no disfrutar de esta pasional historia de amor y emocionarse con Léa y Adèle.
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