Censuras y dobles morales

Es el pan de cada día, escuchar una y otra vez eso de la doble moral de los americanos. Nos jactamos de ser más liberales que ellos. Esa, la americana, una sociedad ultraconservadora que no tiene reparos en mostrar escenas sangrientas y muertes a cada cual más espantosa, pero que ante un pecho al descubierto se escandaliza y califica a una película con la R.

 

Nosotros, los españoles, somos más tolerantes. El sexo es algo natural. No comprendemos como justifican una ejecución a sangre fría o la amputación de un brazo escudándose en el espectáculo y la fantasía del cine, pero al mismo tiempo rechazan y ponen el grito en el cielo si la protagonista de la película acaricia el pene de su amante o si otra se pasea con los pechos al descubierto.

 

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Mentalidad retrograda. Nosotros, los españoles, somos más tolerantes. Tanto, que cuando se habla de cine patrio existe la creencia generalizada de que siempre hay alguna escena subidita de tono. En España se enarbola la bandera de la libertad artística, la lingüística (que se lo digan a Eduardo Noriega), de la igualdad, el medio ambiente y de todo lo que nos haga sentirnos mejores personas.

 

No sé si ya lo he dicho, pero nosotros, los españoles, somos más tolerantes… de boquilla. Resulta curioso que el país que en los últimos tiempos se ha autoproclamado potencia mundial de los derechos sociales (cosa discutible vistas las actuaciones –o la falta de ellas- del gobierno en lo referente al Sáhara, así como la paralización de la ley de libertad religiosa; o el acoso de la oposición –que aquí no se escapa ninguno- a la ley de la memoria histórica y el matrimonio homosexual entre otras cuestiones) censure, en menos de un año, dos películas.

 

Curioso en el país que vio nacer a surrealistas (movimiento cuyo objetivo, en palabras de Luis Buñuel, era el de hacer estallar la sociedad, cambiar la vida) como Dalí o el propio Buñuel; o el país que vivió durante casi cuatro décadas el infierno de una dictadura. Sí, en el país del progreso social pervive la censura.

 

2010 pasará a la historia de nuestro cine no solo por el hito de Buried de convertirse en el film español más distribuido en salas. Tampoco lo hará únicamente por el evidente resurgir del cine de género (con los Eugenio Mira, Chapero-Jackson o Guillem Morales), ni por la ley de cine. Lo hará, más que nada, por el retorno de la mano negra de la censura. Pero un tijeretazo a la libertad basado en cuestiones, cuanto menos, disparatadas.

 

TitularRecapitulemos. El primer caso fue el de Saw VI. Todas y cada una de las entregas anteriores de la saga se estrenaron sin ningún tipo de problema en cines. La marca de la casa, desde la segunda parte, era la de sadismo y gore como entretenimiento. La calidad de la historia no importaba. Durante cinco películas no pasó absolutamente nada. Pero a una semana del estreno de Saw VI a un señor se le ocurre pensar que puede ser perjudicial y deciden calificarla como película X (films pornográficos y/o de contenidos violentos extremos).

 

Alguno dirá: «¡Ah bueno!, pero eso no es censura, se puede ver igualmente en las salas X«. Sí, salvo por un par de detalles: el número de salas para adultos es limitadísimo y ni ellas ni la distribuidora estaban por la labor de exhibir Saw VI en esas condiciones (ya fuera porque no trabajan con películas comerciales y no pornográficas en el caso de los cines, o porque solo iba a suponer perdidas en el caso de la distribuidora). El resultado pues, el mismo que la censura. La no exhibición.

 

El caso se resolvió finalmente con un nuevo montaje -al que se le eliminaron y cortaron las escenas más polémicas- pensado para el sensible público español.

 

¿La ironía? El ruido que originó la decisión de nuestros queridos guardianes de la decencia dio al film una publicidad jamás soñada.

 

El segundo caso, el más grave y el que ha prendido la mecha de este artículo, ha sido el de A serbian film.

 

La cinta en cuestión nos habla de un antiguo actor porno que, por motivos económicos, decide aceptar la propuesta de un director de cine experimental para hacer una película donde habrá torturas, violaciones, incesto…

 

Seamos francos, con un planteamiento como este, la película habría pasado sin pena ni gloria y no habría salido del circuito de festivales de género. Pero claro, siempre hay alguien que se cree con derecho a ser la conciencia de los demás. Así, tras proyectarse en varios festivales extranjeros y en Sitges, varias organizaciones católicas que se ve que no tienen nada mejor que hacer, denunciaron la película ¡amparándose en la defensa de los niños! y consiguiendo que un juez la haya «secuestrado» cautelarmente impidiendo su proyección en el último festival de cine fantástico de San Sebastián.

 

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Mi pregunta va dirigida a todos esos padres preocupados por sus hijos y por España entera por lo que se ve (gracias por pensar en mí): ¿en qué cabeza entra que un niño fuera a ver A serbian film? ¿Quién demonios iba a ir con su hijo al cine a verla? Igual que no se lleva a un niño de siete años a ver (por ejemplo) La cinta blanca o Viernes 13, ¿iba a ser A serbian film distinta? Y a ver… ¿quién en su sano juicio iba a llevar a sus hijos a un festival de cine de terror? Que la película ni se ha proyectado en salas comerciales.

 

Lo más triste de todo, es que la mayoría ni siquiera la habrán visto. Sí, tendrá escenas que son una exageración y de mal gusto para muchos, pero eso no da derecho a nadie a coartar las libertades de los demás.

 

Una de las excusas de los defensores de la moralidad ha sido la de que podría incurrir en un presunto delito contra la libertad sexual. Contiene imágenes de pederastia y violaciones, pero son una representación. No se puede equiparar la representación al delito en sí. Y si ese fuera el caso habría que prohibir la exhibición de la mitad de las películas que hay en la cartelera. En Buried secuestran al protagonista, en Los ojos de Julia hay asesinatos, en Rumores y mentiras daños contra el derecho al honor del personaje principal…

 

TitularAl igual que con el caso de Saw VI, el efecto conseguido ha sido justo el contrario. Recibió el Premio Especial del Público en el certamen de San Sebastián por «convertirse en símbolo de la libertad de expresión» (sin haber sido proyectada) y una conocida televisión norteamericana ha comprado los derechos de la cinta para emitir la versión íntegra. Eso por no hablar de la enorme repercusión en los medios que está teniendo. ¡Yo mismo estoy hablando de la dichosa película! Una campaña publicitaria enorme… y gratuita.

 

Buñuel decía que el surrealismo era un movimiento poético, revolucionario y moral. Srdjan Spasojevic habla en una entrevista de A serbian film como «una película contraria a esa fachada ideal de lo políticamente correcto que promulga el Nuevo Mundo mientras sigue comportándose como una desalmada máquina de matar, devoradora de cualquier mínima libertad –artística y de expresión– y destruyendo a su paso todo aquello que sea diferente«. Que lo haya conseguido o no es otro tema de debate. Pero el arte, por ser subversivo, no debe ser censurado.

 

Nosotros, los españoles, seguiremos criticando la doble moral americana. Mientras, en casa, en el país del flamenco, el tinto de verano y la siesta, no nos damos cuenta de que no somos tan diferentes.