Llega a nuestras manos Kingdom Come, una de las obras cumbre del cómic contemporáneo.
Kingdom Come es una de las lecturas más gozosas que se puede encontrar cualquiera. Una obra que trasciende el género superheroico humanizando a sus personajes como pocas veces hemos visto, acercándolos a un espectro de público mucho mayor (y adulto). Publicada originalmente en 1996 esta miniserie que ahora reedita ECC guarda muchas semejanzas con la trilogía marvelita Tierra X. Ambas, además de contar con Alex Ross a los lápices, presentan un futuro distópico –visto a través de los ojos de unos narradores omnipresentes pero que no interfieren en los acontecimientos– en el que los héroes que todos conocemos han dejado paso a una nueva generación que por distintos motivos es incapaz de hacer frente a una amenaza que hace peligrar la propia existencia de la humanidad.
Pero lejos de caer en las ramificaciones obsesivas y el afán enciclopédico de la saga marvelita, Kingdom Come apuesta por trazar el contexto de forma tangencial, centrándose en la acción en sí. Conocemos los antecedentes mediante pinceladas. Las suficientes como para hacernos una imagen de cómo ha evolucionado el mundo, pero no tantas como para distraer la atención del lector. Con la misma pretensión de no cegar a este con detalles secundarios para el relato, Ross no distorsiona en exceso la imagen futura de los personajes principales, salvo en el caso de Batman y secundarios como Green Lantern. Los Superman, Wonder Woman o Lex Luthor se mantienen bastante fieles a sus caracterizaciones tradicionales.
Kingdom Come se presenta como una obra de un fuerte carácter alegórico, que toma ciertos pasajes del libro de las Revelaciones (el último de los que componen el Nuevo Testamento) para «convertir» a los componentes de la Liga de la Justicia en los ángeles de las siete iglesias. El Apocalipsis de San Juan sirve a Mark Waid y Alex Ross como hilo conductor de su gran epopeya, impregnando también el tono y la atmósfera de la misma. Los héroes toman un cariz simbólico, casi mitológico con el que mutan en una suerte de metáfora de la humanidad. Una grandilocuente y pretenciosa empresa de la que no salen mal parados, confiriendo al libro de un fondo dado a multiplicidad de interpretaciones. De las cuáles, la más evidente es la crítica al rumbo que tomó la industria norteamericana en la década de los 90 en la que el superhéroe clásico ya no tenía cabida. Los nuevos héroes (nacidos bajo el auspicio de la novísima Image Comics arrastrando tanto a Marvel como a DC) radicalizarían sus posturas esgrimiendo la violencia desmedida como único argumento. Obligando a los «héroes de toda la vida» a tomar un camino similar, con la consiguiente pérdida de calidad y profundidad de las historias, más centradas en los artificios de las batallas que en el desarrollo de buenas tramas. Un mensaje que encuentra su representación visual en Magog, figura de gran importancia en la aventura y que evoca a Cable, una de las creaciones más características de Rob Liefeld.
La postura que toman en determinados momentos los principales actores de Kingdom Come tiene un interesante reflejo en Injustice: Gods Among Us, la serie de moda en el universo DC. Actitudes fascistoides y perversión de los objetivos o desaparición de los grises hacen acto de presencia, siendo Wonder Woman y Batman los personajes que más paralelismos presentan en una y otra historia. Aunque mientras Injustice no parece tener un discurso claro más allá que el de ofrecer un entretenimiento poniendo a sus héroes en posiciones extremas y encontradas unas con otras, Kingdom Come habla de la redención, de afrontar los propios actos siendo consecuente y responsable de ellos. También puede entenderse (sin alejarnos demasiado del mismo discurso) como una cura de humildad para unos seres que se creen por encima de la humanidad a la que protegen. (Volvemos al Apocalipsis) Se nos presenta a una sociedad al borde del abismo atenazada por un aparente final que realmente propone un cambio de ciclo, un nuevo comienzo que propugna, para su consecución, un aprendizaje y superación de los errores.
Mark Waid construye un interesantísimo relato potenciado por el excelso dibujo de Alex Ross. Su estilo realista transmite una sensación de poder y majestuosidad en sus personajes que remarca las intenciones alegóricas de la lectura. Una obra imprescindible para cualquiera, desde sibaritas del noveno arte a lectores ocasionales.
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