Las grandes series no se forjan por esos grandes momentos que sean capaces de darnos. Se forjan por los pequeños. Esos que quizás pasen inadvertidos para quienes no presten la atención suficiente. Esos que hacen que todo lo que pensábamos sobre ella cambie por completo. Y eso pasa con la segunda temporada de Narcos, se forja en los pequeños detalles. Sí, la segunda temporada de Narcos tiene muchos momentos de dejarte pegado a la butaca, pero en esos momentos de descontrol, de éxtasis, de frenesí, Narcos es capaz de esconder momentos íntimos, momentos que no esperábamos encontrar en una serie que trata sobre el narcotráfico. Y, aunque sabes que todo eso no se puede apoyar, al final sucumbes a la idea que lanza la temporada desde el minuto uno: La soledad del poder.
Seguramente haya muchas películas, series, libros o diferentes obras que hablen de esto. Pero Narcos lo ofrece no sólo desde un punto de vista, sino desde múltiples. No podemos limitarnos únicamente a verlo en las carnes de Pablo Escobar, que es el que más visible deja esto que estoy diciendo. También lo podemos encontrar en el agente Peña, que se encuentra sólo al colaborar con quienes no debería. En el agente Murphy, que se encuentra sólo en el momento más delicado de su carrera y cuya carrera hace que se encuentre sólo. En el presidente Gaviria, quien no puede confiar en nadie de su gobierno. O en Judy, que debe hacerse cargo, en solitario, de su propio Cartel. Todos ellos sucumben ante esto, y en ciertos momentos de la temporada se verá que no es fácil tragar con todo lo que tiene alrededor solos. Puede que tengas compañeros, amigos o conocidos, ellos sólo mirarán por sus intereses, no estarán contigo en los momentos más delicados. Y esto, la segunda temporada de Narcos lo refleja a las mil maravillas. Incluso cuando se trata de Pablo Escobar.
Pablo Escobar fue, quizás, el más grande narcotraficante de Colombia en los años 90 ¿Pero todo en él era malo? Si lo analizamos desde el punto de vista delictivo, tendría que haber estado en prisión bajo cadena perpetua. Si lo analizamos desde el punto de vista de la ayuda a las personas pobres de Medellín, y si no hubiera alcanzado todo como lo hizo, la cosa podría cambiar. La segunda temporada de Narcos nos pone en doble compromiso, nos acerca al Pablo Escobar más humano en muchos momentos, haciéndonos olvidar, por pocos minutos, que fue un caballero de la muerte. Poseía todo, tenía todo lo que quería, pero en el fondo, era un hombre sin felicidad. Un hombre que necesitaba a su familia más que a nada, y sin ello, estaba perdido. Hay un momento, en el séptimo capítulo, donde Pablo debe mandar a su familia lejos de él para protegerlos. Es en ese preciso momento, donde comienza el principio del fin de Escobar. Sin su familia, él no sabe qué hacer.
Así, durante toda la temporada, Tata es su refugio. Y al quedarse sólo, Escobar sucumbe ante esa soledad del poder, tenerlo todo y no tener lo más preciado. E incluso, desde el octavo capítulo, encontramos a otro Pablo, uno que sueña con llevar a su familia lejos de la gran ciudad y buscar en la soledad del campo su lugar, su volver a empezar. SPOILER Pero son sueños de loco, y al final muere alejado de todo lo que quiere, sólo y entre caras de satisfacción.
Espectacularidad con sentido
Dejando de lado esos pequeños detalles que hacen grande a la segunda temporada de Narcos, también hay que centrarse en el espectáculo visual que es. Netflix quizás tenga muchas series que puedan pasar a la historia, pero Narcos es su bandera. Su serie franquicia. Y eso se nota en el cuidado que han tenido con cada detalle de la segunda temporada. Desde su inicio, recordando el final de la primera, la serie comienza a dispararse como un tiro y de ahí no se va a bajar. No da respiro. Si la primera temporada era sosiego con dosis de ritmo imparable. Esta segunda temporada no entiende de sosiego y va con todo por delante. Es más violenta, más frenética y más ambiciosa. Pero en todo ello encontramos saber hacer. Y aquí también entran en acción esos pequeños detalles que hacen la espectacularidad con sentido. La planificación de la serie, de las escenas de acción y de las escenas más íntimas están medidas al milímetro. Planos secuencias, planos fijos para meternos en la mente del personaje que esté en pantalla y hacernos pensar un poco y ponernos incluso en la piel de Pablo Escobar. Todo ello con gusto. Además, la serie está tan bien escrita que todo fluye con normalidad, no hay nada que chirríe o que desentone. Todo está perfecto.
Y eso lleva ese final, un desenlace anunciado en infinidad de hashtag que han podido chafar un poco la emoción de encontrarse con él. SPOILER Sí, al final muere Pablo Escobar. Pero, aunque tenga un final que parezca cerrar la serie, Narcos tiene cuerda para rato. Y, en una posible tercera temporada, no van a buscar otro lugar, van a seguir con la historia de Colombia, pero ahora centrada en otros. SPOILER Y esos otros son el Cartel de Cali.
La segunda temporada de Narcos es, posiblemente, la mejor segunda temporada que podemos encontrar en las series de Netflix. Sigue un camino lógico, lleno de pequeños detalles que si se descubren pueden hacer que la experiencia sea mejor, más gratificante. Son esos detalles los que definen a las grandes series de aquellas del montón. Los expuestos son sólo algunos de ellos, pero hay muchos más. Narcos lleva un ritmo de convertirse en una de las series de la historia, en cómo se desarrolle las siguientes temporadas se verá si Narcos llama al olimpo o se queda en una serie de buenas temporadas con otras mediocres. Esperemos que sigan en línea ascendente, pero superar esta segunda temporada vas a ser muy complicado. La segunda temporada de Narcos es El Padrino II de las series de televisión.
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