«Toma este sombrero, te lo dejo en prenda«
Me cuesta definir One Piece. Es un shonen que creció con la inspiración de los mangas de los años ochenta (sobre todo Dragon Ball) y noventa (Eiichiro Oda se formó ayudante de Nobuhiro Watsuki, creador de Kenshin) y que vio la luz allá por 1997, cuando un servidor aún se quitaba el acné de la cara. Sin embargo, es también una historia que sigue viva a día de hoy, con más de mil capítulos publicados en la Shonen Jump, y que ha sabido adaptarse al cambio de los tiempos y las generaciones para seguir siendo un relato de absoluta relevancia y contemporaneidad. Sus personajes han crecido, sus sagas se han vuelto mucho más complicadas y, poco a poco, vamos vislumbrando el final de una colección que ha marcado una era en el mundo de los cómics japoneses y los ha trascendido con un anime igual de longevo, quince largometrajes que han llegado tanto a las salas japonesas como a las nuestras (en su mayor parte), casi tres docenas de videojuegos y una cantidad de merchandising tan grande que ya es del todo inabarcable.
No sólo eso, sino que su influencia en todo lo que ha venido después en el mundo de la viñeta japonesa es innegable. Su humor ha tratado de ser replicado en infinidad de ocasiones (Zatchbell me parece una de las que se le acerca, pero hay decenas), su estilo artístico (que tanto echaba para atrás en sus primeros compases) se ha convertido en la referencia para muchos autores y la manera en la que Oda siempre se ha apoyado en el trabajo en equipo de sus personajes se ve reflejada, ampliada y mejorada en muchos de los mangas más exitosos de la actualidad. No estoy diciendo que sea One Piece la biblia del buen mangaka, pero sí que es uno de los espejos en los que muchos autores han tratado de mirarse desde hace décadas y su éxito aún a día de hoy es el claro ejemplo de como una obra puede crecer y evolucionar con su autor.
«¡¡Seré quien gobierne en Grand Line en el futuro!!«
Y con todo, lo que acabo de escribir no es más que una sarta de obviedades que poco o nada cuentan sobre la trama de un manga que ahora recopila Planeta Cómic en enormes tomos (tres entregas en una) acompañados por muchos extras que no vieron la luz en su día y que nos presentan a Monkey D. Luffy, un chaval que comió una fruta que convierte su cuerpo en goma (a cambio de imposibilitarle el nado en el mar) y que decide un buen día hacerse a la mar para encontrar el legendario tesoro One Piece y convertirse en nada menos que el Rey de los Piratas, un título destinado únicamente a aquellos capaces de completar la circunnavegación del globo terráqueo. One Piece nos lleva a un mundo en el que sólo existe un único continente (que se extiende a modo de anillo a lo largo del planeta) y el resto del globo lo componen vastos océanos salpicados por infinidad de islas. Un escenario que invita a la aventura y que Luffy irá recorriendo acompañado por una creciente tripulación de la que en este primer tomo conoceremos a Zoro, un espadachín que comienza como cazador de piratas, Nami, una ladrona con amplios conocimientos en navegación y cartografía y Usopp, un mentiroso redomado con él sueño de convertirse en un gran aventurero.
Quizás sea esa la palabra clave para hablar de One Piece: Sueños. Luffy sueña con convertirse en el Rey de los Piratas, Zoro fantasea con ser el mejor espadachín de todos los tiempos, Nami desea dibujar un mapa de todo el globo… La serie de Eiichiro Oda gira en torno a los sueños y las aventuras que hemos de correr con tal de verlos cumplidos. Por el camino, y a través de su extensísima historia, también veremos como reflexiona sobre la amistad, el perdón, los fascismos, la cobardía, la corrupción, la lealtad… La actual edición de Planeta es el reclamo perfecto para que nos embarquemos en una historia que pronto cumplirá los veinticinco años, pero que sigue tan joven y actual como el primer día.
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