Lost Soul. El viaje maldito de Richard Stanley a la Isla del Dr. Moreau: O la innecesaria descripción de una catástrofe

Richard Stanley jamás se caracterizó por ser un director corriente. Lejos de esa imagen estrafalaria a la que acostumbró a todo aquel que le acompañó en su carrera, lo cierto es que sus películas iban más allá de lo corriente, de lo que espera un espectador cuando se sienta en una butaca de cine. En 1990 se convirtió con Hardware: programado para matar en ese genio del cine fantástico que parecía que la industria llevaba lustros buscando y que, dado que la lógica todo lo domina, no tardó demasiado en dar con ese proyecto soñado que todo cineasta mantiene intacto hasta el momento en que pueda llevarse a cabo. Para Stanley, llevar a la gran pantalla la obra La isla del doctor Moreau, de H. G. Wells, era precisamente ese sueño cinematográfico que intentó hacer realidad y que se convirtió en una pesadilla que David Gregory ha querido retratar a través de un documental que se suma a esa lista de obras dedicadas a las películas que intentaron ser y no fueron.

 

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Sin embargo, Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau se diferencia en un solo aspecto de documentales del tipo Lost in La Mancha (que narraba las desventuras y desgracias de Terry Gilliam que hicieron que no pudiese rodar El hombre que mató a Don Quijote): La isla del Dr. Moreau sí llegó a rodarse, solo que Richard Stanley no fue el director y la película se convirtió en una catástrofe de taquilla y crítica épica. Lo que Stanley quiso rodar era un largometraje de bajo presupuesto que cambió totalmente una vez se incorporó Marlon Brando al proyecto. Este hecho, junto al desmesurado ego de un Val Kilmer ahogado en un éxito que quizá no se merecía realmente, hicieron que John Frankenheimer se incorporase al rodaje y despidiesen sin ningún tipo de contemplación a Richard Stanley, quien, de hecho, debía mantenerse alejado a cuarenta kilómetros del rodaje.

 

Lost Soul: El viaje maldito de Richard Stanley a la isla del Dr. Moreau tiene los ingredientes necesarios para convertirse en otro documental más de proyectos fracasados. No arriesga en sus conclusiones y, a pesar del gran trabajo de documentación que hay detrás de cada testimonio y de cada parte de esta historia, resulta interesante solo en algunos momentos puntuales en los que quizá Richard Stanley deja volar su faceta delirante y, por ejemplo, confiesa cómo logró incorporar a Marlon Brando (algo que, desde aquí, recomendamos encarecidamente que eviten). Por otro lado, el montaje, sin duda, es uno de los puntos flacos que se dejan notar en Lost Soul; a pesar del fallido intento de dotar de cierto sentido a aquello que cada entrevistado cuenta, hay un desorden que planea y, sobre todo, que despista hasta tal punto que uno no puede evitar apartar la mirada para descansar de tanto desbarajuste visual.

 

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Un documental, por mucho que el espectador se empeñe en una cosa diferente, está condicionado por un punto de vista inamovible que recorre cada minuto de duración. En este caso, Richard Stanley domina cada opinión e, incluso, cada intervención. Por supuesto, no se trata de buscar una posición y decidir si el trabajo de Stanley habría sido mejor que el de Frankenheimer (lo que, probablemente, no hubiera sido complicado dado el resultado final de La isla del Dr. Moreau). Se trata de encontrarle el sentido a un documental de este tipo, de descubrir si realmente merece la pena un relato así o si, como en cierta medida parece, el tiempo no debería ocuparse de esta forma.

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